MANAGUA, Nicaragua. Estos días de febrero en que celebramos las gestas que culminaron en el logro de la Independencia de la República Dominicana, resultan apropiados para meditar sobre nuestra realidad y el destino previsible de quienes nos consideramos dominicanos.
Es de primer orden centrar nuestra atención en las mujeres y los hombres a quienes debemos el nombre que nos identifica como ser nacional por habernos legado el tesoro invaluable de una Patria y, como deber fundamental, velar por su preservación y su destino.
Por esta razón, es imprescindible encaminar nuestras reflexiones en su carácter, sus ideas, las maneras de ser y de vivir de esas heroínas y esos héroes. Eran personas de un carácter fuerte y decidido y, no obstante, desbordados de generosidad, de amor, de piedad, de compasión.
Poseían el espíritu y la entereza de sus ideas. No temían a la muerte, al sufrimiento, al sacrificio. Abandonaron la existencia en condiciones penosas, amargas, desbordadas de dolor y tristeza cuando no fueron fusilados o asesinados por los adversarios de la nacionalidad.
Si existe una diferencia con muchos de los actores que colmaron las escenas posteriores en el ejercicio del poder, es que nuestros padres fundadores carecían de intereses particulares y de apetitos mercuriales.
Su mente y su corazón estaban poseídos por el anhelo de consolidar una Patria libre, donde sus hijos se identificaran con el ideal común de proporcionar a todos y cada dominicano una vida decente y honorable con base en el trabajo creador y el esfuerzo de cada día.
Esas características son las que nos permiten establecer una grave diferencia entre aquellas mujeres y aquellos hombres de excepción con la mayoría de quienes ostentaron el poder a todo lo extenso de nuestra historia en estos casi dos siglos de existencia. Personas de esa índole moral, de ese carácter, de esa decisión, ideas yconductas resultan casi irrepetibles en nuestra historia.
Porque, en los años posteriores a estas gestas gloriosas, la historia dominicana se colmó de personajes funestos, desbordados por los apetitos materiales, dispuestos a cualquier cosa, incluyendo el derramamiento de sangre con tal de hacerse del poder exclusivamente para saciar apetitos de toda naturaleza, pero principalmente de riquezas, placeres, vicios y bajezas de toda naturaleza.
Por estas razones la historia dominicana debe visualizarse como una lucha entre los sucesores ideológicos de nuestros héroes originarios y su pensamiento y la conducta de aquellos que optaron por inscribirse en la búsqueda del poder a fin de concederle rienda suelta a sus ambiciones personales, y peor aún, a todas sus perversidades, malquerencias, maldades, odios, resentimientos y amarguras.
Si hacemos las cuentas desde el 1961 en adelante, bien podemos visualizar esta confrontación entre dos maneras claras y definidas de visualizar nuestro quehacer político.
De una parte, están quienes optaron por la lucha y el sacrificio en aras de los mejores intereses de la Patria y del pueblo dominicano
. Y de la otra, quienes visualizaron y visualizan la lucha por el poder exclusivamente como un medio para saciar apetitos innombrables.
Es debido a la presencia de esta última clase de individuos que la actividad política, a diferencia de lo que creía Juan Pablo Duarte que calificaba este quehacer como el más puro de los ejercicios, que la actividad política ha degenerado hasta niveles inconcebibles.
Logreros, delincuentes solapados , murmuradores de oficio, intrigantes, gente monstruosa de sonrisas melifluas que despliegan banderas ideológicas de redención colectiva, hipócritas y mentirosos de oficio que carecen de las más elementales nociones de moralidad y decencia, verdaderos y repulsivos parásitos que en su vida nunca han laborado con el sudor de su frente.