En 2018 publiqué una columna titulada Elogio de la Necedad que un amigo rescató del olvido. La aprovecho en ocasión de la innecesaria contemporización de políticos y anunciantes con un detestable carajete, cuya notoriedad mediática resulta de monetizar fabulosamente su vulgar ordinariez.
Sí, ese mismo… Quizás su peor lacra es que, tras escapar de una cloaca, en vez de ayudar a sus congéneres a mejorar en cualquier sentido, moral o socioeconómico, medra impunemente al perpetuar la ignorancia y pobreza ajenas.
Sin más preámbulo, sigue mi opinión de 2018: El satírico encomio del neerlandés Erasmo, escrito en Londres en 1511, lejos de loar al estado orate, enseña que “quien de todo se ríe pasa por tonto pero no reírse de nada es de estúpidos”. En ocasiones tristes o fúnebres la risa puede ser útil o necesaria. Lo rememoré ante un elogio a la coherencia —actitud lógica consecuente con principios profesados— como fundamento del buen periodismo, expresado por un colega cuerdo y agudo. Este citaba el folletín “Cimientos del Idioma Caona”, de Pedro de León Marte, alias “el renovador”, pintoresco creador de esa habla inútil, adefesio que defendió tanto que fue a parar al manicomio. ¡Muy coherente! Ahora añado: hay años luz entre el risible caona y mandar públicamente al ministro de Cultura a realizar una felación.
Hasta el Fuiquitísimo merece tutela judicial de sus derechos, especialmente cuando a fiscales de la nueva Justicia independiente corresponde aplicar los artículos 367, 369 y 375 del Código Penal. Un piropo a un cretino deslenguado o aplaudir lo indefendible no ayuda a nadie ni aporta votos.
En cualquier sociedad menos silvestre, opuesta a encubrir lisios morales, luciría muy disparatado e incoherente elogiar interesadamente cualquier actitud salaz, inmoral e injuriosa, que confunde y descarría a jóvenes ansiosos de orientación. Ciertos silencios —si se opta por no contrariar lo aborrecible— son más piadosos, convenientes y educativos.