En un mundo donde la clase política está tan sedienta de poder y de riqueza a cualquier precio, creo propicio traer a colación un ejemplo que mueve a la reflexión.
Me refiero al expresidente de Estados Unidos Harry Truman. Al concluir su mandato en 1953, él y su esposa salieron de la Casa Blanca, se montaron en un viejo automóvil que tenían, y el propio Truman manejando, sin escolta, llegaron a la casa en la que siempre habían vivido: una modesta vivienda, heredada por la esposa de Truman, donde vivían con ciertas limitaciones hasta que el Congreso le otorgó una pensión.
Por la sencillez de su vida, Truman es un referente que debería ser tomado en cuenta por los mandatarios actuales, porque los pueblos ya están hartos de gobernantes que se llegan a creer que son los dueños del país y que el pueblo no cuenta para nada.
Truman representa el modelo de cómo gobernar decentemente a un país, en oposición a lo que ha sucedido en Brasil: un colosal caso de corrupción que ha salpicado a dos expresidentes brasileños y a varios presidentes y expresidentes de otros países.
Me refiero al ya famoso caso Odebrecht. Según las informaciones suministradas a los medios, la operación “Lava Jato” comenzó en 2013 con una investigación a un cambista.
Al principio los fiscales no se imaginaban la gran sorpresa que les esperaba, ni las repercusiones que este caso iba a tener.
Estos hechos de corrupción ocurrieron durante los mandatos de los expresidentes Luiz Inácio Lula da Silva (2003-2011) y Dilma Rousseff (2011-2016), quien, en los dos períodos de Lula ocupó la presidencia del Consejo de Administración de la estatal Petrobras, empresa que participó directamente en los actos de corrupción patrocinados por Odebrecht.
Ambos niegan que tuvieran conocimiento de esos actos de corrupción, pero es algo muy difícil de aceptar, porque ¿cómo es posible que el Presidente de la República y la Presidenta de la empresa más grande de Brasil no se percataran de un caso de corrupción de semejante proporción?
Sin embargo, los esposos Santana, quienes trabajaron aquí en las campañas electorales de 2012 y de 2016 al servicio del PLD, y que conocen al dedillo estos intrincados asuntos, afirman todo lo contrario, es decir, que Lula y Dilma estaban al tanto de lo que ocurría en Petrobras, y que estaban preocupados por el curso que iba tomando la investigación al cambista.
En todos los países la clase política comete actos de corrupción, pero en algunos la codicia por conseguir dinero fácil ha llegado a límites inaceptables.
Por eso los pueblos están tomando conciencia de que esa situación no puede continuar porque nos empobrece a todos.
De ahí que la “Marcha Verde”, por ejemplo, es una contundente respuesta del pueblo dominicano a los actos de corrupción que constantemente son denunciados en los medios de comunicación.
Los gobiernos se defienden alegando que también hay mucha corrupción en el sector privado, pero eso no justifica la del Gobierno, porque un mal no se puede justificar con otro mal. Además, la llave para abrir la puerta de la corrupción no la tienen los empresarios, sino los políticos.
Si el funcionario se resistiera a los actos de corrupción, esta sería mínima, pero actualmente en América Latina, por donde quiera que uno asoma la nariz, huele a corrupción.
También, si los funcionarios reciben un salario de lujo es para que le sirvan al país con honestidad, no para que se llenen los bolsillos de dinero mal habido. Eso es un crimen que debe ser ejemplarmente sancionado.
Con respecto a la corrupción en nuestro país, creo que muchos discípulos han defraudado al profesor Juan Bosch. Por eso creo también que el lema inicial acuñado por el PLD: “Servir al partido para servir al pueblo”, debería ser cambiado por otro mas realista:
“Servir al pueblo para servir al partido”. ¡¡Ay!! Si Bosch estuviera vivo.
Por otro lado, la honradez es una virtud que tiene un valor intrínseco y es tan importante que hasta la “Cosa Nostra” quiere gente honrada para la administración de sus negocios y el que mete la pata sabe lo que le espera.
Pero la honradez no solamente es necesaria en el sector privado, sino muy especialmente en el sector público, que es donde hay más tentaciones de echarle mano a lo ajeno.
Estas tentaciones se acrecientan cuando se está rodeado de gente rara, sin escrúpulos, dispuestas a cualquier cosa. Desde mi punto de vista, solo hay una manera eficaz de acabar o minimizar la corrupción gubernamental: fiscales y jueces imparciales, independientes y muy bien remunerados.
“Odebrecht” demuestra claramente que los “honorables” que hacen alianzas con gente de dudosa reputación para llevar a cabo acciones ilegales, no solamente están bailando en la cuerda floja, sino que también existe la posibilidad de que tengan que pasar un buen tiempo tras las rejas, como ha sucedido en varios países de América Latina, donde están presos o huyendo varios “honorables”.
Debería haber una ley que prohíba utilizar el término “honorable” para referirse a cualquier persona que ocupe un cargo en la administración pública.
Finalmente, este vergonzoso caso debería servir como experiencia aleccionadora para todos aquellos que hacen pactos con gente tan poco confiable que a la hora de la verdad delatan a sus aliados.