Intento, sin lograrlo, zafarme del virus del periodismo. Fui profesor, impresor, promotor de inversiones, vendedor de fertilizantes. Llevo casi medio siglo ganándome la vida como consultor y ahora como abogado. Pero el periodismo no tiene cura… Desde cuando fui reportero, empeoran males sociales cuyas soluciones lucen obvias.
¿Será que como sociedad no deseamos corregirlos? Denuncias van y vienen; todo igual reciclado. Por ejemplo, la corrupción. ¿No es el mayor indicio flagrante de “indelicadezas” que algún funcionario, público o privado, viva por encima de sus medios legítimos? ¿De qué viven notorios denunciantes, sin oficio ni negocio conocido, que no sea la diatriba o la intriga mediática? ¿Esa gente paga impuestos? ¿Será que sólo merecen atención de los fiscales funcionarios y políticos actuales o recientes? Con el caos del tránsito, ¿qué tan difícil es aplicar la ley a motociclistas, guagüeros y otros transportistas? ¿Cómo exigirles competencia y honestidad a policías menesterosos, material y cívicamente? El hedor a podrido molesta a pocos. Estamos insensibilizados sistemáticamente, en un letárgico arrebato de mansas obviedades… ¿Hasta cuándo?