Obispos vs. Punta Catalina

Obispos vs. Punta Catalina

Obispos vs. Punta Catalina

David Álvarez Martín

La codicia es uno de los pecados con mejor prensa en nuestra cultura occidental. El poder y el éxito son en la actualidad los otros nombres que usualmente se le da a la avaricia. La libertad es codificada como la disponibilidad de recursos económicos para hacer lo que le viene a uno en gana o tener seguridad en vida para sí mismo y la familia.

Actividades deportivas son valoradas porque se gana mucho dinero, muy lejos del ideal olímpico, varias especialidades médicas se aprecian por los niveles de ingresos fabulosos que les suministran a sus miembros y no por el servicio que le brindan a los enfermos, e incluso algunos predicadores religiosos engañan a sus fieles con la idea de que la bendición de Dios los hará ricos en bienes materiales y financieros.

Todos esos factores componen una ideología que justifica cualquier acción de enriquecimiento sin límites legales, sociales o medioambientales. Lo que importa es hacerse rico, como groseramente postula un juego de azar en nuestro país, ser uno de los “nuevos millonarios”.

Esa obsesión por ganar dinero genera la rabia que a muchos les provoca modelos como el expresidente Mujica con su vida sencilla, la dedicación de Bill Gates de gastar su fortuna en atender necesidades graves de los más pobres o la insistencia de Francisco en condenar la codicia porque mata a los más pobres, margina a los migrantes y destruye la naturaleza.

Los endemoniados adoradores de la riqueza resienten estas actitudes de personajes tan disímiles y divulgan todo tipo de mentiras sobre sus acciones y motivaciones.

Si nos atenemos a sus resultados el proyecto de Punta Catalina es un monumento a la codicia en los niveles más altos imaginables. Presupuestos ocultos y tergiversados, alianza delictiva con Odebrecht, beneficiarios corruptos que son develados con millones de dólares y un daño a la naturaleza que amenaza con destruir toda la provincia de Peravia.

Ni la mejora del servicio energético, ni el incremento de la participación del sector público eléctrico para bajar los costos, ni ninguna otra de las tonterías que decían las bocinas del pasado gobierno son ciertas.

Punta Catalina fue hecha para robar y robar en grande. Todos esperamos una acción del Ministerio Público contundente y abarcadora en este caso. La paciencia social tiene un límite cercano con ese expediente, dudo que aguante a diciembre.

Celebro que dos de nuestros obispos más jóvenes, Mons. Héctor Rafael Rodríguez, obispo de La Vega, actual Vicepresidente de la Conferencia Episcopal Dominicana y presidente de la Pastoral Ambiental, y Mons. Víctor Masalles, obispo de Baní, han asumido firmemente el conocimiento del crimen que representa Punta Catalina tal como fue dejada por el pasado gobierno.

Ambos obispos invitaron al Instituto de Abogados para la Protección del Medio Ambiente (INSAPROMA) y el Comité Nacional de Lucha Contra el Cambio Climático (CNLCC) para informarse sobre los peligros de la planta eléctrica y posibles soluciones. Es propio de la Iglesia el método de Ver, Juzgar y Actuar, y con esa sesión informativa avanzaban los prelados en el proceso de “ver” el problema, luego juzgarán y emprenderán acciones en consecuencia.

Ambos líderes episcopales están alineados con la Encíclica de Francisco titulada Laudato Si, publicada en el 2015. Recientemente el Vaticano invitó a una Semana Laudato Si por motivo del 5to aniversario de esta. La clave hermenéutica de ese documento es develar la profunda conexión que existe entre todas las formas de vida que habitamos en este planeta y el ser humano, quien es llamado a ser el cuidador de la naturaleza con inteligencia y amor.

Esta postura de la Iglesia Católica se distancia de quienes usufructúan la naturaleza para su enriquecimiento personal, quienes desprecian la realidad material amparados en una visión pseudo-espiritualista y por supuesto se opone a quienes niegan la realidad del cambio climático debido a la acción insensata y codiciosa sobre el medio ambiente.

Sin codicia el impacto de la acción humana destruyendo la naturaleza sería mínima, ya que tendríamos modelos solidarios de economía, las guerras disminuirían a su mínima expresión, se realizarían inversiones cuantiosas en ciencia y veríamos grandes impulsos a la fraternidad entre pueblos, religiones y culturas.

Es la ambición de unos pocos que acumulan la mayor parte de la riqueza del planeta lo que va colocando al ser humano y gran parte de las formas de vida en peligro de extinción.

Todos los católicos debemos respaldar las acciones de nuestros obispos para defender nuestro medio ambiente e ir “viendo” la causa de fondo y enfrentándola. La opción preferencial por los pobres debe ser el norte de toda nuestra acción como Iglesia y desestimular el compromiso de algunos cristianos con los planes e intereses de los poderosos y codiciosos. La clave es ser como Jesús.

Cualquier solución a la operación de Punta Catalina, mis queridos obispos, no puede estar guiada por la codicia de algún que otro “solucionador”, sino por el servicio al país y sobre todo para el bienestar de las comunidades más humildes de la Diócesis de Baní.