Obama, un legado de luces aunque con algunas sombras evidentes

Obama, un legado de luces aunque con algunas sombras evidentes

Obama, un legado de luces aunque con algunas sombras evidentes

WASHINGTON. – Resulta a la vez coherente y cruel que el lugar de Barack Obama en los libros de historia será siempre medido por la dimensión de la esperanza -desmesurada- nacida con su elección, dentro y fuera de Estados Unidos, en noviembre de 2008.

El premio Nobel de la Paz, que le fue otorgado poco después de su llegada a la Casa Blanca, ilustra esta paradoja: el primer presidente estadounidense en recibir este premio fue galardonado por la esperanza que había hecho nacer.

A los 55 años de edad, aún exhibe la misma sonrisa de siempre pero los cabellos se han tornado predominantemente blancos.

Obama dejará la Casa Blanca el 20 de enero con la popularidad en su punto más alto, como ya lo había hecho Ronald Reagan y Bill Clinton.

Desde hace más de un año las conversaciones sobre Obama se han centrado en su legado, en las conquistas por las que será recordado, o en las promesas incumplidas.

En este sentido, Obama deberá sin dudas ser recordado como el presidente que ayudó a superar una crisis económica de violencia sin precedentes, que dejó atrás el militarismo permanente de los años de Bush y en cambio dio voz a la diplomacia. Al mismo tiempo, será recordado por sus dudas sobre cómo hacer actuar a su gobierno ante la catástrofe en Siria, con sus centenas de miles de muertos y millones de refugiados.

 País dividido 
Al irse de la Casa Blanca, Obama también dejará detrás de sí un país profundamente dividido, a pesar de su indudable carisma.

Esta división es la traducción de un sistema político quebrado al medio, entre republicanos y demócratas, dos partidos que aparentemente ya no saben dialogar y protagonizan un duelo que en la práctica paraliza al Congreso.

La presencia de Obama en la Casa Blanca también hizo subir a la superficie una tensión racial como pocas veces se vio en décadas, a pesar de que él mismo siempre tuvo mucho cuidado de presentarse como el presidente de los todos los estadounidenses y no apenas de los estadounidenses negros.

Obama también ofreció a la región la mejor noticia en décadas, al negociar en secreto una reaproximación con Cuba para cerrar medio siglo de enfrentamiento y desconfianza.

Los dos viejos adversarios siguen en las antípodas ideológicas pero ahora mantienen embajadas formales, ya cooperan en diversas áreas científicas y Washington llegó a abstenerse en una votación en la ONU que condena el propio embargo estadounidense a Cuba.

La gestión de Obama también tiene en la columna de sus méritos el anuncio formulado el 2 de mayo de 2011, sobre la muerte de Osama Bin Laden en Pakistán. Y a nivel nacional, su gobierno condujo las interminables negociaciones que permitieron la aprobación de una reforma del sistema de salud pública, conocida desde entonces como ‘Obamacare’.

Los tropiezos
Cualquier discusión sobre el legado de Obama deberá forzosamente incluir sus tropiezos. Su gobierno realizó todo tipo de esfuerzos pero a pesar de su influencia -o quizá porque esa influencia se desinfló- nunca logró impulsar cualquier tipo de acuerdo entre israelíes y palestinos.

Apenas dos días después de llegar a la Casa Blanca, Obama firmó un decreto para determinar el cierre de la prisión estadounidense en la base militar de Guantánamo, en Cuba, símbolo del arbitrio de los años de George W. Bush.

Ocho años más tarde, aunque con menos detenidos, la prisión de Guantánamo sigue operando, y no hay perspectivas de que el decreto sobre su desaparición se pueda cumplir en el mediano plazo.

En 2012, Obama consiguió ser reelecto a la Casa Blanca con un paquete de promesas que incluía una amplia reforma migratoria para sacar de la ilegalidad a millones y millones de personas, en su absoluta mayoría latinoamericanos.

El proyecto murió melancólicamente en el Congreso controlado por la oposición republicana, y decretos firmados de urgencia en 2014 terminaron siendo bloqueados por la justicia.

A pesar de haber expresado diversas veces -e inclusive de hacerlo con un vigor pocas veces visto en la historia del país- sus dos gobiernos nunca lograron avanzar en algún tipo de legislación para controlar el mar de armas de fuego que inunda el país.

«¡Sí, podemos!», fue el llamado de Obama en su campaña de 2008, cuando logró hacer marchar tras su candidatura un contingente ansioso por «transformar fundamentalmente a Estados Unidos». Así llegó a la Casa Blanca, con apenas 47 años.

Sin embargo, más allá de las diferencias, aún sus adversarios reconocen que Obama mostró, en sus ocho años de Casa Blanca, un estilo de negociación y una elegancia en el ejercicio del poder que ayudó a mejorar la imagen de Estados Unidos fuera de sus fronteras.