A partir de este artículo comienza una nueva etapa de Bitácora para Lúcidos en El Día. Mis artículos aparecerán exclusivamente en la versión digital, que es el futuro de El Día y todos los medios escritos, y eso me permitirá mayor extensión en mis escritos, por tanto argumentar con mayor rigor, ya que en la versión de papel prácticamente daba “pellizcos”, como lo hace mi amigo Colombo. Tengo decenas y decenas de testimonios de mis lectores que son digitales, salvo un par de guardianes de la PUCMM que he descubierto algún viernes leyéndome en papel, a ellos tendré que enseñarles a buscarme en Internet.
La pasión de escribir todas las semanas en la prensa la gané cuando regresé de estudiar en Estados Unidos. Allí aprendí a valorar el aporte de mis profesores y profesionales de las ciencias sociales y humanidades en la prensa americana. Previo a eso, en los años 80, compraba las ediciones dominicales de El País, que aquí llegaban los martes a una librería en la zona colonial, y devoraba todos los articulistas, reportajes de fondo y análisis noticiosos. Por supuesto tengo mis preferidos en la prensa local, pocos, pero soy fiel a ellos por su calidad.
Mis primeros artículos los llevé personalmente a Comarazamy en el Listín Diario, en 1995, y me los publicó de manera irregular; eso no me gustó y toqué la puerta de El Siglo. Ellos me asignaron un día de la semana, cantidad de palabras y los podía enviar por fax. Esos años me forjaron como articulista. Don Federico Henríquez Gratereaux me publicaba todo lo que le mandaba, sin importar la extensión o la naturaleza del texto, hasta hice experimentos de ficción.
Llevaba años en El Siglo cuando el Dr. Fernando Ferrán, quien había sido mi profesor y dirigía El Caribe, me ofreció pasarme para su medio. Con todo el tacto posible le dije que no haría tal cosa porque era fiel a la generosidad con que El Siglo y Don Federico me trataban. Mirándome con picardía me dijo: antes de que acabe el año estarás conmigo en El Caribe. Tres meses después la última tirada de El Siglo salió a las calles al día siguiente de la muerte de Juan Bosch. Llamé a Ferrán y esa misma semana tenía mi columna en El Caribe.
Duré mucho tiempo en El Caribe, incluso más allá de la dirección de Ferrán, y cuando se involucraron en una suerte de re-ingeniería me dijeron que iban a hacer unos cambios y no podían garantizarme espacio para mi columna. Eso me dolió. Pasaron unos diez días sin publicar algo en la prensa nacional.
Por azar me tocó encontrarme en una reunión con Don Rafael Molina Morillo, de grata recordación, y terminando ese encuentro me señaló que no había visto mi columna en El Caribe esa semana. Le expliqué lo que había pasado. En seguida me ofreció El Día y comencé La Bitácora para Lúcidos. Semanas después me llamaron de El Caribe planteándome que podía volver y tuve que decirles, con mucho respeto, que ya estaba en El Día, que agradecía ese tiempo en El Caribe, pero no iba a traicionar la confianza de Molina Morillo.
Y aquí me tienen. El actual director, José Monegro, hasta aceptó que abriera una columna en Acento para ir publicando una biografía política y bibliográfica de Juan Bosch. Eso lo agradezco en el alma, tanto a Monegro de El Día, como a Fausto Rosario Adames de Acento.
Algunos me preguntan cómo hago para escribir tanto, porque aparte de la prensa estoy elaborando artículos para revistas académicas, material para mis clases y análisis propios de mis funciones en la PUCMM. Mi respuesta es simple: tengo el vicio de leer y escribir. Ese vicio me lo inculcaron los jesuitas en el Seminario Santo Tomás de Aquino y Loyola University of Chicago, me lo demanda mis 35 años como profesor universitario, comencé en enero del 1983 en INTEC -y llevo 31 años en la PUCMM-, y me lo exigieron de manera brutal mis profesores de la Universidad Complutense de Madrid en todo el proceso de mi doctorado.
El viernes que viene nos vemos en esta nueva etapa de Bitácora para Lúcidos, aquí en El Día