Nuestro mar

Se ha repetido tantas veces pero sigue siendo increíble: en Santo Domingo vivimos de espaldas al mar, en más de un sentido. El transporte aéreo, la desaparición de una flota mercante propia y la importación de pescados y mariscos, han hecho que las nuevas generaciones vean al Caribe o el Atlántico meramente como playas para turistear.
Hace meses la Armada detuvo cerca de Montecristi a pescadores haitianos en aguas dominicanas, incidente no aislado ni anecdótico pues hay similares casos en el sur. El añoso documental de Cousteau sobre cómo las costas de Haití son desde hace décadas un erial submarino similar al deforestado territorio, explica por qué pescadores haitianos faenen ilegalmente en aguas dominicanas.
Si permitimos esa pesca ilegal, artesanal o con embarcaciones de arte mayor, destruirá nuestra exigua riqueza y biodiversidad marina, con prácticas primitivas como las utilizadas para la devastación medioambiental del vecino país por su propia gente.
Nos fuñiremos con J mayúscula, también por la complicidad de malos dominicanos y autoridades corruptas.
La regulación de la pesca y las incursiones ilegales en aguas ajenas es de los temas más debatidos en foros como la reunión en Francia a la que asisten el presidente Abinader, su ministro medioambiental Paíno Henríquez, el director de ANAMAR Jimmy Garcia y Max Puig. Aparte de la pesca, el mar tiene riquezas minerales e hidrocarburos.
A la larga lista de perjuicios que acarrea para los dominicanos la disolución del Estado haitiano y su creciente miseria, debemos añadir el peligro para nuestros recursos marinos.
Aplicar macana legal es imprescindible y también es necesaria la comprensión internacional.
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