De frente al nuevo cuatrienio gubernamental que se inicia en agosto próximo, y sobre todo pensando en las diferentes medidas económicas que se requieren disponer, muchos se preguntan cuán vulnerable es realmente nuestra economía.

En primer lugar tengamos claro que la nuestra es una economía abierta, isleña y globalizada. Por ello está más expuesta a los cambios internacionales en el comercio y las finanzas, siendo ello a la vez su aspecto más fuerte y más débil.

El aspecto más fuerte es que somos una economía abierta, receptora de flujos de inversión extranjera, del comercio internacional y la disponibilidad de préstamos de largo plazo.

Siendo abiertos recibimos remesas de capital de nuestros conciudadanos que residen en el extranjero, a la vez que también recibimos millones de turistas, trayendo consigo monedas fuertes para sus gastos, promoviendo inversión, producción agrícola y fuentes de trabajo.

Paradójicamente ser abiertos es también nuestra debilidad, ya que muchas de nuestras exportaciones de bienes y servicios dependen de la tasa de cambio de nuestra moneda.

Las posibilidades de recibir remesas de capital también dependen de esta relación, que a su vez depende de la estabilidad que exista entre los gastos públicos y los ingresos del Estado. A mayor déficit, mayores costos; a menor déficit o déficit inexistente, mejores términos de intercambio, endeudamiento y remesas de capital.

Por consiguiente, las verdaderas debilidades o vulnerabilidades de la economía dominicana radican en su capacidad o no de ejecutar unas finanzas públicas equilibradas, que permitan un crecimiento económico sostenido y bien distribuido, que no dependa de un endeudamiento creciente, y que incentiva cada vez más factores de producción doméstica para la satisfacción de la demanda interna.

Esta reflexión es a propósito de vislumbrase una reforma fiscal en el horizonte y poder recordarnos cual debe ser la motivación general detrás del mismo.