Nuestra familia: un regalo de Dios

Nuestra familia: un regalo de Dios

Nuestra familia: un regalo de Dios

David Álvarez Martín

Cuando hace unos días mis dos hijas me hicieron notar que antes de fin de año cada una sacaría un nuevo título universitario me detuve a calcular cuántos tenemos en conjunto mi esposa, mi hijo, ellas dos y un servidor… ¡y son 19! Se nota que cultivamos con intensidad los estudios, lo dicen esos títulos y la biblioteca que hemos construido entre todos.

Más valioso que ser una familia estudiosa está el hecho de que nos cuidamos unos a otros respetando nuestras respetivas identidades y proyectos de vida. Cuando vivíamos juntos supimos promover el diálogo, el cariño, la actitud reflexiva, evitando al máximo manipularnos unos a otros o inculcarles ideas obsesivas o fanáticas. Siempre había la oportunidad de disentir y pedir explicaciones, aunque algunas veces no fuera tan idílico como luce el decirlo. El amor, la libertad y la sabiduría, dones que Dios nos dio a todos los seres humanos, fueron promovidos en la constitución de la existencia de cada uno de nuestros hijos hasta llegar a la adultez.

Las finanzas nunca fueron un secreto y sabían lo que ganábamos y cuándo era más oportuno pedir algún regalo. Aprendieron a no hacer distinciones de clase social, genero, raza o creencias. La Fe a cada uno le fue llegando en su momento y a su manera, con ritmos diversos y expresiones distintas, sin rigorismos, ni fundamentalismos.

De cada uno Dios nos brindó una señal imborrable como Señor de la vida. Con la primera mi esposa duró en labores de parto muchas horas hasta que el riesgo de la vida de nuestra hija obligó a una cesárea. Del varón una confusión de expedientes en la clínica casi provoca que le iniciaran un tratamiento por una supuesta ictericia. La más pequeña recién nacida casi padece la pérdida de su madre cuando un medicamento que le pusieron a mi esposa le provocó un shock alérgico. La rápida intervención de un médico que estaba presente por otro paciente le salvó la vida.

Mis dos hijas ya se casaron. La mayor nos ha regalado dos hermosos nietos. La mayor estuvimos a punto de perderla por un sangrado inesperado de mi hija cuando tenía unos 5 meses de embarazo. Fue una crisis profunda que padecimos todos los abuelos y tíos. Los médicos nos comenzaron a preparar para la inevitable pérdida al día siguiente. Yo no cesaba de llorar pidiendo a Dios un milagro. Mi esposa le puso en la mano a ella un rosario y le pidió que lo rezara en silencio mientras el calmante le hacía efecto y se dormía. Al otro día ocurrió lo maravilloso. Cuando temprano le hicieron una sonografía el especialista le preguntó el motivo y ella le explicó, extrañado le dijo que simplemente todo estaba normal y no había sangrado. Con mi nieto, que recién tiene un año, si mi hija se dilataba unas pocas horas en llegar para la cesárea posiblemente lo habría perdido. Así de frágil somos y así vela Dios por cada uno de sus hijos. Y en cada uno nos mostró su amoroso cuidado.

No hay milagro más grande que la vida de cada uno de nosotros y si Dios nos cuida de esa manera debemos nosotros cuidarnos unos a otros con igual intensidad. Vivir la Fe es existir conscientes de la presencia amorosa de Dios que siempre nos acompaña, con nuestros defectos y limitaciones, errores y correcciones, sin solicitarnos nada a cambio. Lejos de pretender someter a los demás a nuestras ideas y prejuicios, en casa aprendimos a abrir los oídos a los demás, a escucharlos, pues nunca sabemos que es lo que Dios nos está diciendo por la boca y la vida de quienes menos esperamos. Somos todos un regalo maravilloso de Dios.