Se ha dicho mucho que somos una sociedad “patas arriba”, una sociedad anómica, en desorden, desguañangada. Una sociedad en que la falta de orden no es exactamente la excepción, sino algo que se aproxima a lo común. Una sociedad en que abunda la informalidad, la inestabilidad.
Una sociedad en que la falta de planificación hace de la vida y de la conducta humana sucesivos actos eventuales, de día a día, en que muchas cosas salen mal. Hemos tenido muchas “revoluciones”, muchos gobiernos inconclusos, muchas divisiones, muchas modificaciones, o intentos de modificación, a la Constitución.
Para algunos las condiciones aludidas encuentran raízen una combinación de factores antropológicos, históricos, circunstanciales, pero es obvio que la explicación es mucho más compleja que eso.
Para cada vez una mayor cantidad de personas nuestro sistema es un fraude. En él el fantasma del engaño acosa nuestras conciencias, pues el fraude es algo sistémico.
De ahí que vivamos de traumas en traumas. A propósito de las recientes primarias abiertas del Partido de la Liberación Dominicana (PLD), podríamos preguntarnos si no es un fraude contra la ciudadanía que esta tuviera que pagar una campaña tan encarecida.
Bien lo ha dicho el editorialista de EL DÍA, en fecha martes 15 de octubre del año en curso: constituye “una verdadera orgía de dinero donde se compran voluntades y lealtades con un descaro sorprendente”.
¿Cómo se puede vivir con un estrés social y político permanente? Con un estrés derivado de la desconfianza, del desconocimiento de lo que dirá y hará el desfavorecido por los resultados electorales, con un estrés derivado del temor, del incumplimiento de palabras o normas establecidas, como por ejemplo, la prometida auditoría técnica, por parte de la Junta Central Electoral, a la nueva tecnología para la emisión automática del voto en las primarias, o la autorización de votación hasta tarde en la noche, cuando se había establecido las 4 p. m. como hora de cierre.
Nuestra falta de institucionalidad, la venalidad de la justicia, el olímpico incumplimiento de las leyes, la corrupción desde el poder, el uso indebido de los recursos del Estado, la falta de oportunidades para las grandes mayorías poblacionales, hacen que con toda razón se pueda hablar de un gran malestar en nuestra “democracia”. Un malestar que conduce de más en más al descreimiento.
Hemos quedado corto en la disposición y capacidad de dialogar, mostrándose ausentes, en grado elevado, los mecanismos racionales para la resolución de problemas. Más bien ha primado la razón de la fuerza.
Se necesita un cambio para superar nuestra entropía social y política; pero éste es difícil que ocurra durante las actuales generaciones. Es imperioso “regar” sin tregua, con nuevas ideas, valores y prácticas, a los de la generación de la más tierna infancia, para ver si iniciamos el trayecto hacia la coherencia y madurez social y política.