Hace un poco más de 50 años, en el 1971, el Poder Ejecutivo, encabezado entonces por el presidente de la República Joaquín Balaguer, emitió el decreto número 1656, que declara a noviembre como el Mes de la Familia.
Fue una disposición administrativa, aupada por la Iglesia Católica con la intención de trabajar en forma integral en la preservación de la familia, en base a valores convencionales como la tolerancia, la solidaridad, la humildad, la disciplina, la verdad y la honradez, entre otros.
La familia es ese pequeño núcleo social sobre el cual se construye la persona como ser social, emocional, de derechos y de cumplimiento de deberes, lo que resulta complejo, pero imprescindible para la estructura sana de la nación.
Hemos perdido la perspectiva y la valoración sobre ese pequeño átomo social, cuyos integrantes no parecen sentirse con suficientes fuerzas para involucrarse el uno en la vida del otro; y así padres temen y agreden a sus hijos; hijos, irrespetan y agreden a sus padres y en lo que parece un “todos contra todos”, cada quien aparenta vivir sin nada de apego a lo emocional, como si lo único que debería contar es lo material.
El mal siempre ha existido, de hecho, sin él no hay bien, porque ambos son la cara de una misma moneda, el anverso y el reverso, no hay dudas de que sin antagónico no hay protagónico y eso no lo podemos cambiar con un decreto ni con ninguna otra disposición administrativa.
Sin embargo, lo que estamos viendo en estos tiempos es lo que los cristianos definen “como los finales”, como si del Apocalipsis se tratara, como si no costara nada “matarnos los unos a los otros”. ¡Oh, Padre Celestial! ¿Qué nos está pasando?…
¿En qué momento de nuestras vidas perdimos el tino, el concepto, la valoración por nosotros mismos y por los demás? ¿Cuándo comenzamos a restarle importancia a lo que es humano y a sobredimensionar lo banal? ¿Cuándo adquirió categoría social, filosófica y operativa el “na´e ná”?…
Son muchas las preguntas que surgen del análisis del comportamiento social humano de los últimos tiempos. Padres, madres, hijos, tíos, abuelos, amigos, allegados… ¿Qué nos está pasando?
El deseo de aprender, la necesidad de crecer, la expectativa de ser, más que la de tener; el orgullo de presumir de ser “pobre, pero honrado”, el espíritu de preferir la paz y la tranquilidad, en vez de ser deslumbrado por el oropel han desaparecido y parecería que ha sido para siempre. ¡Ojalá que no!
Recientemente, el pastor Dio Astacio, coordinador del Gabinete de Familia del gobierno del presidente Luis Abinader, anunció que el mandatario dispuso mediante decreto como parte de sus políticas públicas, que el 18 de noviembre de cada año quede establecido como el Día Nacional de la Familia. Ya estamos muy cerca de la fecha ¿qué es lo que vamos a hacer?
Supongo que no pocos dominicanos estarán dispuestos a incorporarse a la gestión que permita impulsar la armonía, el respeto, la tolerancia y la consideración entre sus semejantes, a favor de la familia, que es lo mismo que decir, a favor de la vida.
Considero que nadie, creyente o no, rechace la definición del Papa Juan Pablo XXIII: “La familia es la primera célula esencial de la sociedad humana”. Yo añado: ¡Vamos a rescatarla!