Nos mata el ruido

Nos mata el ruido

Nos mata el ruido

Rafael Chaljub Mejìa

No sé si los importantes movimientos en defensa del medio ambiente le estarán dando la debida importancia a un aspecto tan importante como la polución, el calentamiento global, los bosques, las aguas, la fauna y la minería.

Me refiero a la contaminación acústica, al ruido ensordecedor que impera en todas partes y ante el cual se están yendo abajo los últimos destellos del reposo familiar y el sosiego público.

Hasta hace un tiempo el ruido era asunto casi exclusivo de las grandes ciudades, pero ya hay cada vez menos escapatoria y de poco vale salir de la capital al interior en busca del silencio.

Los motores, los automóviles, las guaguas anunciadoras, el volumen de la música que hacen sonar algunos desde los drink, las discotecas, los vehículos o simplemente desde sus propias casas, como si la idea fuera oír la música y obligar a los otros a que la oigan, hacen de los pueblos y campos del interior un infierno tan tormentoso para los nervios y los oídos como cualquier barrio de las grandes ciudades.

Lo más cruel del problema es que aquí se han dictado varias leyes para la protección del medio ambiente, incluso una ley específica, la 64-00, si no me equivoco, contra la contaminación sónica o sonora. De poco valen las miles de denuncias que la gente hace llegar a las autoridades, porque el problema es tan grave que la misma autoridad está desbordada y desde hace tiempo el mal crece fuera de control y por doquiera deja sus consecuencias.

Se ha comprobado que el ruido causa estrés, insomnio, problemas mentales, dificulta la concentración, aumenta los riesgos de ataques cardíacos, la irritabilidad, entre las numerosas secuelas que provoca.

Hay una medida del ruido, los decibeles, que puede soportar sin sufrir daño el oído humano y esa medida debe haber sido sobrepasada con creces en campos y ciudades. Y según van las cosas, dentro de poco seremos un país de sordos, y las muertes por causa del ruido excesivo aumentaran irremediablemente.

Peor aún. Porque el ruido es el canal de otro de los peores atentados a la salud pública, el de la música basura, con su escándalo abrumador, la obscenidad de sus letras y la extravagancia de su baile. Mientras tanto, ojalá los militantes ambientalistas incorporen la lucha contra la contaminación sonora a sus movimientos, porque atento únicamente a la sección anti ruidos de la Policía terminaremos de la peor manera.



Rafael Chaljub Mejía

Columnista de El Día. Dirigente político y escritor.