«La casa sin la esfera pública» puede llegar a ser una experiencia «extremadamente opresiva».
Este planteamiento de la reconocida socióloga francoisraelí Eva Illouz apunta a que, de hecho, hemos concebido nuestras casas no tanto para vivir, sino «como un lugar al que volvemos».
Y es que la crisis desatada por el nuevo coronavirus nos ha permitido apreciar cuán importante es el ámbito público en nuestras vidas privadas.
«La idea de intimidad y de pareja que tenemos se basa, en gran medida, en la posibilidad de que los dos géneros conduzcan sus vidas fuera de los confines del hogar», le dice a BBC Mundo la profesora de la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales (EHESS) de París y de la Universidad Hebrea de Jerusalén.
«Muchas de estas relaciones se fundamentan en el hecho de que los hombres y las mujeres toman caminos diferentes durante el día«.
En la mayoría de los casos, cada miembro de la pareja se va por su lado, ya sea que cada uno tenga un trabajo o que uno se quede a cargo del hogar o del cuidado de los niños, lo cual implica, por ejemplo, salir para llevarlos a la escuela.
«Y, después, en la noche se reúnen».
Pero los confinamientos impuestos para evitar la propagación del virus han borrado las condiciones que permiten que eso suceda.
La intimidad
Illouz es autora de varios libros, entre ellos, Why Love Hurts: A Sociological Explanation («Por qué duele el amor: una explicación sociológica») y Cold Intimacies: The Making of Emotional Capitalism («Intimidades congeladas. Las emociones en el capitalismo»).
En 2019, publicó The End of Love: A Sociology of Negative Relations («El fin del amor: una sociología de las relaciones negativas»), que es «la culminación de un estudio de dos décadas sobre las formas en que el capitalismo y el mundo moderno han transformado nuestra vida emocional y romántica», señala Oxford University Press.
En la obra, la académica plantea cómo grandes fuerzas colectivas le dan forma a nuestras experiencias privadas.
La crisis desencadenada por el coronavirus es otra muestra del impacto de las fuerzas macrosociales en nuestra intimidad.
«Lo que más he observado es que lo que llamamos casa, la esfera privada y doméstica, necesita desesperadamente de la esfera pública de los amigos, del trabajo, de las calles para poder cumplir su función», indica.
«De repente, los padres se dieron cuenta de cuánto las escuelas apoyan, desde afuera, a las familias. Pero también nos hemos dado cuenta de que la intimidad constante y continua no es soportable para la mayoría de las parejas».
«Soportable»
De acuerdo con la autora, «la crisis del coronavirus nos ha hecho derrumbarnos en nuestras propias casas.
«Ha transformado el hogar en un frente de guerra (de la pandemia), pero la mayoría de las casas en todo el mundo no están equipadas para eso», explica.
«En cierta forma lo que he aprendido es que necesitamos la sociabilidad con amigos, extraños, conocidos, más o tanto como la intimidad con otra persona».
En una entrevista con la periodista austriaca Tessa Szyszkowitz, transmitida en YouTube el 10 de junio, la socióloga reflexionó sobre los confinamientos y sobre cómo «el hogar es soportable para muchas parejas sólo si tienen la posibilidad de tener caminos diferentes en el día».
Dijo que en muchos casos, la violencia doméstica había aumentado «tremendamente» y que hombres y mujeres habían vuelto a sus «roles tradicionales», lo cual mostró que las mujeres son «abrumadoramente» las responsables de las tareas del hogar.
Entre fuerzas
Illouz le dice a BBC Mundo que no cree que en algún momento nos hayamos eximido de las fuerzas públicas, pese a que «hemos desarrollado una mitología muy poderosa del hogar y de la intimidad como si estuvieran protegidos de las fuerzas externas».
Lo cierto es que «esas fuerzas nos hacen lo que somos»: tanto dentro como fuera de nuestras casas somos quienes somos porque participamos de una cultura pública.
En términos inmediatos —ejemplifica— las personas que se han quedado sin trabajo o las que han sido desalojadas de sus casas porque no pueden pagar el alquiler, «¿son objeto, dentro de sus hogares, de la actuación de fuerzas externas que no controlan? Claro que lo son».
«Esta crisis sanitaria nos ha demostrado cuán profundamente dependientes somos de la sociedad en la que vivimos».
Y también cuán sociables somos.
La importancia de las apariencias
«Ser sociable significa vivir en un mundo de apariencias», señala la experta.
Las apariencias entendidas como «el trabajo que hago en mi cuerpo para aparecer de cierta manera frente a otras personas».
Reconoce que tienen «mala prensa» porque las asociamos con la superficialidad cuando, de hecho, son de muchas maneras «la esencia de la sociabilidad«.
«Lo que se nos ha robado durante esta pandemia, por tener que quedarnos en casa, es precisamente la posibilidad de tener estas relaciones superficiales, que se basan en la forma en la que nos presentamos».
Para la experta, maquillarse o vestirse de forma elegante es una muestra de que lo hacemos por algo más.
«Hace un año, en Australia, se viralizaron unas fotos de gente que se vestía con ropa de gala, usaba maquillaje y joyas hermosas para sacar la basura, porque eso era lo único que se les permitía hacer».
«Las imágenes se volvieron virales porque expresaban esa necesidad fundamental que tenemos de aparecer frente a los otros«.
«Estar frente a tu computadora, en tu casa, trabajando en pijama puede darte comodidad, pero creo que no es una sensación que dura porque se transforma rápidamente en algo sin estructura, carente de un mundo de apariencias».
El elemento arquitectónico
Los apartamentos modernos, dice Illouz, no están concebidos para que la gente se quede «todo el tiempo» adentro.
«Y dado que los precios de los inmuebles en casi todas las ciudades del mundo han aumentado considerablemente, la mayoría de la gente vive en lo que llamaríamos casas pequeñas o medianas».
«La arquitectura urbana en los suburbios es tal que no muchos apartamentos tienen terrazas, balcones o contacto con la calle».
Muchos viven en espacios mucho más reducidos que los que habitaron sus antepasados.
La académica aclara que no quiere decir que esos lugares sean peores, pues, teniendo en cuenta otros criterios, probablemente las casas de nuestros antepasados eran de menor calidad.
Pero lo que parece ser una constante en las ciudades es que las viviendas tienden a ser más pequeñas.
«Estas casas fueron concebidas más o menos como lugares a los que se vuelve a dormir» tras hacer la jornada laboral afuera.
«Creo que gran parte de lo que llamamos el hogar moderno se basa en realidad en la existencia de una vasta esfera pública conformada por el trabajo y la escuela, que hace posible la interacción en el mismo».
La experta reflexiona, por ejemplo, sobre testimonios de madres a quienes les costó manejar los periodos en los que sus hijos se tuvieron que quedar en casa, tras el cierre de las escuelas.
Algunas hasta llegaron a sentirse que no eran buenas madres.
«Estas son las razones por las que creo que la casa puede experimentarse como algo extremadamente opresivo, porque de hecho no se concibe en absoluto como un lugar en el que realmente vivimos. Se concibe como un lugar al que volvemos«.
Otra forma de expresar el afecto
En marzo de 2020, Illouz escribió, en la revista Nueva Sociedad, el artículo titulado «El coronavirus y la insoportable levedad del capitalismo».
Entre varios temas, reflexionaba sobre cómo ante la pandemia se requiere de «una forma novedosa de solidaridad a través del distanciamiento social», lo cual aumenta la sensación de crisis.
Una solidaridad, señalaba, entre las generaciones más jóvenes y las mayores, «entre alguien que ignora si puede tener la enfermedad y alguien que puede morir a causa de lo que el primero desconoce, entre alguien que puede haber perdido su empleo y alguien que puede perder la vida».
Y asomó su propia experiencia: «Llevo ya muchas semanas en confinamiento y el amor del que mis hijos me han colmado ha consistido en dejarme sola«.
«Esta solidaridad demanda aislamiento, y de ese modo fragmenta el cuerpo social en unidades lo más pequeñas posibles, lo que vuelve difícil organizarse, encontrarse y comunicarse, más allá de las interminables bromas y videos que se intercambian en las redes sociales».
Y es que la sociabilidad — decía — se volvió indirecta.
El cuidado en otra clave
De la noche a la mañana, escribió la autora, el mundo «se vació de su familiaridad», se transformó en algo que nos es ajeno.
«Sus gestos más reconfortantes — el apretón de manos, los besos, los abrazos, la comida compartida— se transformaron en fuentes de peligro y angustia«.
Nos hemos tenido que familiarizar «con las extrañas reglas y rituales» del distanciamiento social.
En una entrevista con la organización J! Jewish Culture in Sweden (Cultura Judía en Suecia), transmitida en YouTube el 18 de junio, Illouz planteaba que se está dando una especie de inversión de las categorías del cuidado.
Y es que hasta ahora relacionábamos el cuidado con la cercanía física, pero la pandemia nos ha planteado que la clave para protegernos mutuamente es alejarnos.
La forma de amar
Al preguntarle si cree que la crisis por el coronavirus está cambiando la forma en que amamos, la profesora le dice a BBC Mundo que es demasiado pronto para decirlo.
Lo que sí ha reforzado, cree, es una división entre solteros y casados.
«Esta diferenciación existía, pero la (crisis la) ha dejado muy clara porque los solteros, creo, podrían estar mucho más privados del sexo, de la sexualidad y de los encuentros».
Las reglas de cómo nos involucramos en una relación están cambiando y surge la necesidad de hacer preguntas sobre la otra persona y su cuerpo.
Son interrogantes —»¿cuánto riesgo corro?» — que ya se hicieron los miembros de la comunidad homosexual en los 80 y 90, cuando apareció el VIH, el virus que causa el sida.
Entonces «se manejó muy bien y con bastante rapidez, porque nos dimos cuenta de que si usábamos condones estábamos más o menos seguros. Pero ese no es el caso del SARS, porque no es tan fácil protegerte de un virus respiratorio», explica.
Y a estas interrogantes se les suma ahora cuestionamientos de otra dimensión y que antes no se planteaban, como por ejemplo: «¿Hasta qué punto le puedo pedir al otro que maneje el riesgo de la misma manera en la que lo hago yo?».
Esto hará, posiblemente, que los encuentros casuales no sean tan libres y que se generen nuevas tensiones porque las personas no siempre concuerdan con los niveles de precaución, reflexionaba la autora en la entrevista con Jewish Culture in Sweden.
Y esa tensión también estará presente en los hogares: «dos personas que viven juntas ¿en qué se comprometen exactamente?».
«Piensa en una casa donde una persona es vulnerable, de alto riesgo. ¿Qué implicaciones tiene exactamente eso en los demás miembros?
«Piensa en una doctora casada con un diabético».
Surge un nuevo conjunto de preguntas que tienen que ver con nuestra forma de vivir, de comportarnos, de interactuar.
La paradoja del mundo hiperconectado
En septiembre de 2019, Illouz escribió, en el blog de Oxford University Press el artículo Why love ends.
Allí se hizo eco de lo que Julianne Holt-Lunstad, profesora de psicología de la Universidad Brigham Young de Estados Unidos había señalado en 2017: «Muchas naciones de todo el mundo sugieren ahora que nos enfrentamos a una ‘epidemia de soledad’«.
Illouz había identificado un «cambio cultural» en las decisiones que muchas personas habían estado tomando, que se manifestaba en establecer relaciones efímeras.
Y es que en la modernidad hiperconectada en la que vivimos, «la no-formación de vínculos se convierte en un fenómeno sociológico en sí mismo», escribió.
«Si el modernismo temprano y alto estuvieron marcados por la lucha para que se dieran ciertas formas de sociabilidad, en las que el amor, la amistad, la sexualidad estuvieran libres de restricciones morales y sociales, en la modernidad interconectada la experiencia emocional parece evadir los nombres de las emociones y las relaciones heredadas de épocas en las que eran más estables».
Así, «las relaciones contemporáneas terminan, se rompen, se desvanecen, se evaporan y siguen una dinámica de elección positiva y negativa, que entrelaza vínculos y no vínculos».
La autora hizo esas observaciones muchísimo antes de que se desatara la pandemia que ha tenido efectos devastadores en millones de personas.
Psicólogos y expertos en salud mental han expresado su preocupación de que la misma pandemia esté desencadenando una epidemia de soledad, no sólo entre quienes se han tenido que aislar más rigurosamente, como los adultos mayores, sino entre adolescentes y jóvenes.