El auspicio, por parte de la Embajada Dominicana, del XV Festival de Cine del Mar Internacional, realizado entre el 6 y el 9 de julio en Punta del Este, Uruguay, nos deja la satisfacción de ser receptor de muchos mensajes positivos en torno al notable desarrollo alcanzado por el cine criollo.
La exhibición de cuatro películas dominicanas, de las cuales una obtuvo el premio de Mejor Película Cortometraje, es una muestra de la enorme y rica producción cinematográfica que se está dando en el país.
El Naturalista Isleño, la película premiada, dirigida por Eladio Fernández y Freddy Ginebra hijo, es un documental que saca a la luz los esfuerzos de un artista de la fotografía por contribuir a la conservación y rescate del medio ambiente de la isla que compartimos dominicanos y haitianos.
Siguiendo los pasos de Eladio Fernández y su cámara, el documental nos empapa sobre los esfuerzos por rescatar al gavilán y a varias especies integrantes de la flora de la isla, así como también de la importancia de las ballenas jorobadas y las amenazas que se ciernen sobre el Banco de la Plata y la Bahía de Samaná, santuarios donde este enorme mamífero se reproduce.
La sensibilidad que generó El Naturalista Isleño entre los asistentes al festival, incluyendo a directores y actores de varios países, pone de manifiesto la preocupación generalizada por encontrar vías o maneras de contribuir con una de las batallas más grandiosa a la que ha sido convocada la humanidad, que es la de revertir el desastre ecológico con el que la industrialización y la cultura de sobrevivencia no sostenible han impactado al planeta y su biodiversidad.
El cine documental ha sido siempre un vehículo idóneo para divulgar fenómenos sociales y de la naturaleza. Para entender su importancia basta recordar al reconocido investigador Jacques Cousteau, quien durante décadas nos acostumbró al asombro, develando los tesoros de la naturaleza que conforman la basta biodiversidad, en especial de mares y océanos.
La propuesta contenida en El Naturalista Isleño, además de reiterar que el cine es un eficaz instrumento de educación, incrementa la esperanza en el porvenir. Hay en su contenido una épica de bajo perfil que muestra como se construyen respuestas a amenazas concretas desde la práctica cotidiana, ofreciéndonos una narrativa que nos impone el sueño de ser también protagonista de la salvaguarda de la vida desde cualquier espacio o lugar en que discurran nuestros pasos.
El sustrato argumentativo que queda, talvez sin que se lo hayan propuesto los autores, es que no todo está perdido, que todos podemos arrimar nuestra humanidad a esta causa, que es la de la vida misma.
Las pequeñas acciones en favor de un ave en extinción o de una flor extraviada son parte de la sintonía de versos del poema a la vida que las nuevas generaciones de seres humanos debemos escribir, para detener y resarcir, aunque sea en parte, el daño que la ambición o la ignorancia han causado.