No acabo de entender por qué el tema de los inmigrantes ilegales se maneja de manera diferente en la República Dominicana y el resto del mundo.
Venezuela decide sacar de su país a miles de inmigrantes colombianos ilegales y, ¡pum!, al día siguiente se ejecuta la acción correspondiente y nadie critica a Venezuela. Pero si la República Dominicana intenta hacer lo mismo con los haitianos ilegales, todo el mundo nos cae arriba.
Por otra parte, tan pronto los colombianos empiezan a ser expulsados de Venezuela, el presidente colombiano se traslada de Bogotá a la frontera para darles apoyo a sus compatriotas, mientras que aquí el presidente haitiano no aparece ni en los centros espiritistas y abandona a sus paisanos para decir en los foros internacionales que los dominicanos les maltratan.
El tema de las migraciones está presente en muchos lugares del planeta, pero en ninguna parte ha encontrado tantos inconvenientes como en esta isla del Caribe. El Gobierno dominicano parece que tiene miedo y no acaba de hacer lo que tiene que hacer conforme a sus propias leyes. En vez de eso, titubea, amaga y habla mucho, pero no hace nada. Prueba de ello es que al día de hoy no se han deportado ni siquiera mil inmigrantes ilegales, cifra muy por debajo de la esperada.
Entretanto, el mundo presencia con normalidad las deportaciones que por ese motivo se llevan a cabo en los países más civilizados de Europa y en Estados Unidos, al grado de que hasta el secretario general de las Naciones Unidas ha dicho: “Felicito a los países que manifiestan su solidaridad e invito a los otros, en Europa y en otros lados, a mostrar compasión y a hacer mucho más para superar esta crisis”.
La República Dominicana ha dado demostraciones sobradas de que sus deportaciones pueden ser modelo de respeto, consideración y buen trato.
No tengamos miedo, pues, y adelante con el Plan de Regularización y Naturalización de Extranjeros.
Hagamos uso de nuestra soberanía.