No, sin justicia no hay paz

No, sin justicia no hay paz

No, sin justicia no hay paz

Altagracia Suriel

Recientemente el papa Francisco recibió a 9 mil niños y niñas de un proyecto llamado “Fábrica de la paz”. El mensaje central que el Santo Padre les ofreció se resume en una frase: sin justicia no hay paz. Les pedía una y otra vez que corearan: sin justicia no hay paz. El coro se convirtió en un clamor impresionante. Se sentía la voz de los más vulnerables gritando al mundo una verdad vergonzosa.

Sin justicia no hay paz también es el grito de los pobres, de los marginados, de los indigentes, de los jóvenes que ni estudian ni trabajan y de los excluidos a los que la sociedad les debe siglos de justicia social que hay que pagar con salud, educación, empleos de calidad y protección social.

Sin justicia no hay paz es el grito de la madre que llora a su hijo muerto, pero que también llora de impotencia porque el asesino del fruto de sus entrañas anda suelto.
Sin justicia no hay paz es el grito de las mujeres que han muerto a manos de sus parejas por denegación de justicia. Ese es el clamor de las víctimas de violencia de artistas urbanos o personalidades públicas favorecidos con sentencias benignas que revictimizan a la mujer y desdicen del principio de seguridad jurídica que enuncia que la ley es igual para todos y todas.

Sin justicia no hay paz es el grito de las familias dominicanas afectadas por la delincuencia que viven presas del temor a los asaltos y a perder la vida en su misma casa aunque tengan cámaras de seguridad, verjas, alambres trincheras o estén armadas hasta los dientes.

Sin justicia no hay paz es el grito de vecinos que, al margen de lo legal, están tomando la justicia por sus propias manos ajusticiando a ladrones que los tienen en zozobra.

Los esfuerzos del gobierno por reducir la violencia son evidentes, pero serán más contundentes si el sistema judicial recupera la confianza en la población y cumple su rol, porque, definitivamente, sin justicia no hay paz.