No seremos estatuas de sal

No seremos estatuas de sal

No seremos estatuas de sal

Roberto Marcallé Abreu

MANAGUA, Nicaragua. No son las cinco de la mañana, y una intensa luminosidad multicolor penetra por los ventanales de cristal y me hace cubrirme los ojos.

Me siento al borde de la cama y pienso que, tras contadas horas de un sueño intranquilo, una rara imagen que recuerdo ha terminado por estimular mi pensamiento.

Observo la gráfica: un poste de madera al que han asestado numerosos hachazos y está al borde de quebrarse. Andrés Astacio, periodista, escribe que “nueva vez desaprensivos intentan sabotear las redes eléctricas, en esta ocasión el tramo El Seibo-Miches, para dejar sin servicio a numerosas comunidades”. ¿En cuántos lugares del país no ocurre lo mismo?

“Sepan los responsables que una vez identificados serán sometidos a la acción de la justicia”, se advierte. ¿No es este un acto de terror?
¿Cómo no imaginar quiénes son los titiriteros de esta conducta antisocial sino los dolientes de un estado de cosas que persigue los corruptos y responsables de los desafueros del pasado inmediato? Poderoso caballero …termine usted el verso.

No despertamos aún del dolor y la sorpresa provocados por el brutal asesinato frente a su hija de la joven Rosado por un agente policial, y ya el dolor y la angustia estremecen al ciudadano ante la muerte de una menor de edad embarazada.

El crimen se produjo en la comunidad de Santana, del municipio de Nizao. Respondía al nombre de Marian Ninoska Polanco. El texto la describe como “una persona muy alegre y querida”.
Releo un pasaje admonitorio de mi novela “Rastros de cenizas” donde se describe gente “desbordada de ira y odio, los labios retorcidos profiriendo palabras infames, sus armas arrojando fuego y plomo, el eco atroz, el gesto de ira, la locura”.

Más, aún: un titular periodístico informa que, en un asalto, fueron asesinadas tres personas. Guillermo Pérez nos habla de la vida en la distante región de Pedernales y nos dice que esa comunidad “languidece en la pobreza y la migración ilegal”.

Contadas personas sobreviven gracias a los pocos empleos públicos y privados, la pesca y una menguada actividad agrícola. “El suelo es árido” y “la proximidad del mar atrae a narcotraficantes que escogen lugares despoblados para su venenoso comercio”.

A los haitianos se les ve “en las zonas de producción agrícola, restaurantes, en actividades de moto concho, construcción, ventas ambulantes” mientras las mujeres se prostituyen. Este es el “progreso” heredado tras ocho años de ejercicio y miles de millones de dólares de préstamos, depredación y manejos turbios.

El amigo Heriberto Hernández nos reenvía un video sobre los esfuerzos oficiales por implementar una reforma policial que transforme y depure de raíz una institución que ha perdido respeto y credibilidad.

Daniel Contreras me remite un largo texto escrupulosamente meditado sobre las radicales transformaciones que es preciso realizar o que se están realizando en numerosos estamentos del Estado para situarlos en el contexto de institucionalidad y eficiencia a que aspira el presidente Abinader.

Sobre el “cuerpo del orden” hablamos de una compleja y delicada operación en la que ya laboran expertos estadounidenses, colombianos y europeos cuyas instituciones del orden son un sólido ejemplo de eficiencia y modernidad.

Acciones que de manera cotidiana registran los medios de comunicación, están orientadas a paralizar y desalentar las autoridades y tal parece que, tras éstas, subyacen sectores con recursos considerables. Hay que abrir los ojos.
Una apreciada amiga me recuerda el pasaje sobre la destrucción de Sodoma y Gomorra. Los enviados del señor le dicen a Lot “que tome su mujer y sus hijas para que no perezcan en el castigo”.

“Escapa por tu vida”, le aconsejan. “No mires hacia atrás”. Entonces “Jehová hizo llover azufre y fuego. La mujer de Lot miró atrás y se volvió una estatua de sal”. Nuestra mirada y propósitos se orientan hacia perfeccionar las instituciones, hacia el futuro.



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