Para esta fecha concluyó o estará a punto de concluir la misión del Fondo Monetario Internacional (FMI) que desde la semana pasada visita el país, en cumplimento del mandato establecido en el artículo cuarto de su acta constitutiva, que manda la vigilancia y evaluación de las economías de los países miembros, entre los cuales se encuentra el nuestro.
Dicha misión, la cual se puede definir de rutinaria, revisa la data económica que el país le proporciona, junto a la toma de informaciones y opiniones respecto al devenir futuro de nuestra economía.
Es así como celebraron reuniones con las autoridades monetarias, financieras y fiscales, junto a las de otros sectores, como el energético.
En esta visita de seguro habrán tomado nota de la creciente deuda pública interna y externa, no tan solo por su creciente valor numérico y como por ciento del producto interno bruto (PIB), sino también por el monto de recursos del presupuesto nacional requerido para atender los compromisos derivados de la misma.
Nuestra deuda pública, cuyo origen se debe al desbalance fiscal entre ingresos y gastos, sigue una tendencia creciente, que si ameritase algún tipo de observación de parte del FMI, usualmente tomaría las líneas de un necesario aumento de ingresos por vía de nuevos impuestos o una mayor persecución de la elevada evasión que vivimos.
Así también se suele recomendar la revisión de exenciones e incentivos, y menos frecuente, una reingeniería del aparato público para dimensionar el mismo acorde con las capacidades financieras del estado.
No creemos que esta vez el FMI produzca recomendaciones sorpresas, no tanto por lo del venidero torneo electoral y las posibles repercusiones que dicha advertencia pudiese tener, sino porque el país aun está a tiempo para por sí mismo tomar las medidas necesarias para detener y reducir la velocidad de crecimiento de su deuda. Ojalá se cumpla nuestro vaticinio y no recibamos sorpresas.