“¡Caramba Raquel, si yo hubiera sabido que esto iba a ser así, no me preocupo tanto por llegar!”. Me imagino que eso le habrá dicho más de una vez el presidente Luis Abinader a su esposa, cuando hablan de los grandes desafíos que enfrenta su gobierno desde el 16 de agosto de 2020.
Gobernar, lo mismo que el amor, en tiempo de pandemia debe ser muy difícil.
Históricamente ni los gobiernos ni el país han puesto interés en cultivar la cultura del ahorro. No se guarda pan para mayo y menos harina para abril, y mucho menos a administrar la cosa pública con austeridad. Que eso fue lo que ocurrió en los últimos años cuando hubo un crecimiento promedio por encima del 5 % de nuestra economía y en lugar de ahorrar o reducir la deuda, se incrementó.
A esa realidad, de por si preocupante, se sumó como ya sabemos, una sensible parálisis de la economía a consecuencia de la pandemia del Covid-19 y un elevado gasto en salud y luego hubo que hacer una cuantiosa inversión en la compra de vacunas. Son hechos insoslayables.
Sin embargo, lo peor que podría hacer el presidente Luis Abinader y su gobierno sería olvidar las razones que llevaron a la mayoría de los dominicanos a elegirlo a él y no a otro para conducir los destinos de la nación.
En primer lugar, la sociedad dominicana estaba harta de la corrupción de los gobiernos del PLD y por eso la Marcha Verde contra la Corrupción y la Impunidad recibió el respaldo multitudinario cada vez que se convocó.
En segundo lugar, o no se sabe si en primero, la sociedad dominicana aspiraba a que la tan cacareada bonanza beneficiara a todos, al menos a la mayoría, y no solo a un puñado de avivatos con corbatas que tomaron como por asalto el Estado para enriquecerse ellos y sus socios.
Sí, básicamente la gente aspiraba y aspira a un gobierno que piense en la gente, no en sus bolsillos. El pueblo dominicano aspira y merece una mejor distribución de la riqueza que producimos entre todos.
Son aspiraciones simples, básicas, podría decirse. La deuda social es tan grande que la gente apenas pide lo básico: un trabajito para no tener que pedir, comida, agua potable, electricidad, seguridad ciudadana.
Por eso, en mi opinión, el presidente Abinader no debe olvidar jamás quiénes lo llevaron al poder: las masas populares, los sectores progresistas. Sabemos que las clases no se suicidan, que él no pertenece al proletariado, y afortunadamente tampoco es parte de esa pequeña burguesía corrompida y angurriosa.
Abinader y su familia son gente adinerada y en teoría no tienen necesidad de denigrar la honra de su padre –que pasó por el Estado sin manchar su nombre-. Pero, y he aquí el pero, normalmente el poder embriaga y enloquece a la gente si no tiene su rumbo bien definido.
Por eso mi humilde llamado es a que no se deje llevar por las voces y/o los intereses de gente de su entorno –que tampoco tienen necesidad de coger lo ajeno, pero uno no sabe- para que no olvide su punto de partida, qué lo catapultó a la cima del poder y cuáles son las aspiraciones de las grandes mayorías de este pueblo.
Debe seguir una lucha implacable contra los corruptos de antes y los de ahora, y si se impone –como parece inminente- una reforma fiscal, Abinader debe evitar sacrificar más a los que menos tienen. Hacer lo contrario sería perder el rumbo, y eso cuesta.