Un clavo saca otro clavo. La frase puede aplicarse a lo que está sucediendo con el tema Haití, que ha desplazado prácticamente a todos los demás problemas que enfrentamos como nación.
No pretendo minimizar la cuestión haitiana. Pero tampoco me sumo al coro de los que quieren magnificarla.
El asunto de las relaciones entre las dos repúblicas merece, ciertamente, una seria y delicada atención en ambos lados de la frontera, sin prejuicios ni rencores provenientes de raíces históricas que, lejos de alejarnos, nos acercan inexorablemente. Se siente en el ambiente una gran pasión, alentada a la vez, paradójicamente, por una ignorancia generalizada y por la conveniencia de unos pocos.
No debemos obnubilarnos, sin embargo, hasta el extremo de descuidar la búsqueda de soluciones a otros problemas vitales que nos aquejan.
No descuidemos, por ejemplo, la lucha por la institucionalización del país, los esfuerzos por establecer firmemente un Estado de derecho, una verdadera separación de Poderes, el imperio de la ética y los principios, el combate de la corrupción y la erradicación de la impunidad, la derrota de la hipocresía, el reinado de las leyes.
Hay mucha tela por donde cortar. No nos conformemos con tan solo una muestra.