SANTO DOMINGO.-«Nunca más voy a salir a jugar futbol ni a montar bicicleta. Me quedo en casa».
Esa fue la decisión que la delincuencia obligó que tomara un niño de nueve años, que salvó la vida de milagros luego de quedar atrapado en medio de una balacera protagonizada entre miembros de la uniformada y delincuentes.
No fue que Sebastián estaba donde no debía ni que se metió en actos delincuenciales. NO. Ese estudiante meritorio de cuarto año de la primaria caminó unos 50 metros desde su casa hasta la vivienda de sus abuelos para jugar futbol con su primo de 16 años porque sueña con ser un Messi o un Ronaldo. Pero no se lo permitieron.
Los dos grupos armados se enfrentaron a tiros cuando los dos menores estaban en la calle. No les importó si los herían o los mataban, sólo les interesaba someter al otro bando como si se tratara de una película del Oeste.
No se inmutaron ante el susto ni el llanto de los niños que corrían de un lado a otro buscando cobijo, ni tampoco tomaron conciencia cuando una bala mató a un perro. Por el contrario, encañonaron al niño de 9 años para preguntarle por dónde se habían ido a los que perseguían….
… Y yo me pregunto, ¿dónde es que estamos viviendo? ¿El hijo de quién deben matar para que las autoridades se den cuenta que tienen que actuar firmemente para erradicar el estado de violencia, inseguridad y violencia por el que estamos pasando los dominicanos? ¿Hasta cuándo van a dejar de intentar tapar el sol con un dedo, de hacerse los locos y reconocer que este país ha perdido la paz, la tranquilidad y queda poca esperanza de que mejore? ¿Quiénes son los que se están beneficiando de la violencia y que hacen nada para que disminuya?.
Sebastián no estaba haciendo nada malo. Solo quería jugar y lo traumatizaron. No lo mataron, pero le asesinaron la ilusión de jugar en la calle como lo hacen los niños que no viven en residenciales blindados, ni en lujosas torres con seguridad 24 horas. Estaba en la calle casi medio día porque a los profesores de escuelas públicas se le ocurrió estar en huelga. Porque el barrio de calles polvorientas donde vive no tiene un centro deportivo donde practicar algún deporte, y porque entendía que podría hacer uso del derecho legal de vivir en libertad. Lamentablemente eso ya no es posible. El miedo a morir en medio de una balacera lo condenó a vivir encerrado entre las cuatro paredes y las verjas de su casa.
Lo más preocupante es que este no es un hecho aislado. Hay muchos Sebastián entre la población de República Dominicana, que está entre los países con mayores índices de violencia de la región, con una tasa de alrededor de 16 homicidios por cada 100,000 personas al año, o lo que es igual a un promedio de 2,147 asesinatos anualmente. ¿El hijo de quién debe matar la Policía, cualquier otro uniformado o la delincuencia para que se tome conciencia?