Con frecuencia vemos en los periódicos y a través de otros medios de comunicación la buena noticia de que un alijo de drogas fue hallado y confiscado por las autoridades correspondientes.
Muchas veces se trata de cargamentos enormes valorados en cientos de millones de dólares destinados a ser introducidos ilegalmente en territorio norteamericano o europeo que, al ser interceptados, se les asestan duros golpes al narcotráfico.
¡Bien! por los organismos especializados en perseguir a esos bandidos, por la prontitud con que la sociedad es informada en cada caso y por la forma en que los delincuentes, una vez apresados, son presentados a la prensa.
De igual modo, la eficiencia de las autoridades se pone de manifiesto cuando se da a conocer el origen de la droga incautada y la ruta que esta recorrió desde sus inicios hasta el momento de su captura.
Pero… ¿y después? ¿Por qué nunca se dice el nombre del dueño final de la mercancía, a nombre de quien estaba consignada la carga en los Estados Unidos o en Europa?
¿Es que en esos países todos los ciudadanos son gente pulcra y honesta, y la droga que llega a sus territorios no es consumida por nadie?
Que alguien me lo explique. Yo no lo entiendo.