A Balaguer, que vivió casi un siglo, le atribuían la anécdota de que cuando le ofrecieron como mascota una tortuga –quelonio del orden reptil con pico córneo que puede durar hasta doscientos años— respondió: “Ay no, gracias, que uno se encariña con esos animales y después se mueren…”. Pero tenía perros, de raza collie, que estaban sueltos en su patio trasero de la Máximo Gómez núm. 25.
Estoy batiendo la cabuya sin ir al grano, porque se me hace difícil compartir que el domingo fue un triste día en mi casa por la muerte de Pancho, el único macho de nuestros cinco pichones habaneros (todos blancos, parecidos a poodles) que siempre digo odiar por bullosos, aunque mi esposa e hijos los adoran.
Pancho tenía dificultad respirando tras ser atropellado hace años y pese a la recomendación del veterinario sus amos no quisieron ponerlo a dormir. Parecía haber mejorado, como dicen los partes médicos sobre la salud de los políticos, hasta que amaneció muerto. Curiosamente los restantes cuatro perros no ladraron hoy.