La expresión “no toques esa tecla” denota una defensa de la impunidad frente a crímenes o delitos. Es un esfuerzo por ocultar a los responsables de un acto penado por la ley o contrarios a la moral. Esta expresión fue popularizada por Joaquín Balaguer en los años 90 frente a un aliado que pasó a respaldar a José Francisco Peña Gómez y amenazaba con hacer público actos de corrupción de su gobierno. No necesariamente el que la usa entiende lo que significa porque vivimos en una sociedad donde la mayoría, incluidos los que tienen títulos universitarios, son analfabetos funcionales. Por tanto nos movemos entre defensores de la corrupción e ignorantes del uso del castellano. En cualquier caso es una aberración semejante apelación a que las personas callen sus críticas.
No es posible construir una sociedad justa y democrática si existen personas o temas tabúes o si frente a una crítica el único argumento es mandar a callar. Estos rasgos en la sociedad dominicana provienen del trujillismo y penosamente muchos dominicanos y dominicanas los reproducen sin el menor pudor. Si el Evangelio tiene vigencia en nuestro medio apelo a una de las expresiones más emblemáticas de Jesús: “…y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan, capítulo 8, versículo 32), que además se encuentra en nuestro Escudo Nacional. Quien pida no tocar ciertas teclas definitivamente es contrario al Evangelio y la construcción de una sociedad libre y justa.
La sociedad dominicana padece desde hace años una enfermedad terrible que la daña moralmente y le bloquea el acceso a mejores niveles de vida política, social y económica. Esa enfermedad es la mentira. Mienten los políticos, mienten los liderazgos sociales, mienten quienes deberían guiarnos intelectual o espiritualmente, mienten quienes proponen proyectos que únicamente les benefician a ellos e incluso mienten los que nos pintan como una sociedad buena y en desarrollo. Hay excepciones siempre, pero son los menos, pero la mentira predomina, en gran medida porque quienes mienten parten de un supuesto básico: nuestro pueblo es bruto y no merece nada bueno, ni siquiera la libertad. Bajo esa premisa se ejecutó el Golpe de Estado contra Bosch, quien había sido elegido por la inmensa mayoría de los dominicanos.
Fruto de esa cultura de la mentira es que nuestra democracia no se desarrolla, al contrario, retrocede constantemente, porque la toma de decisiones cada vez está en manos de menos personas. Nuestra vida social se articula como una gran farsa donde a los congresistas corruptos se les llaman honorables, los grandes ladrones del erario público son considerados “dones”, y los narcotraficantes son venerados como ídolos. Muchos empresarios se venden como honestos y responsables pero alguna grabación indiscreta los pinta de cuerpo entero, más no pierden con eso ápice de respetabilidad.
Con la mentira no vamos a lugar alguno salvo a la miseria, la violencia y la desesperanza. Y por supuesto, siguiendo las palabras de nuestro Redentor, no seremos libres nunca. La mentira, junto al chisme, que es una forma despreciable de relacionarnos, retratan lo que es la sociedad dominicana. Por eso roban los políticos los bienes comunes y los pobres roban mercancía de cualquier camión accidentado o saquean los vehículos que tienen algún choque en la carretera sin atender las necesidades del conductor herido. El tráfico de drogas es visto como un negocio legítimo y los vecinos protegen a quienes se dedican a tan nefasta actividad.
Todas esas teclas deben tocarse, se impone abrirnos a la verdad y emprender un serio esfuerzo por sanar a la sociedad de todos los males que nos aquejan, aislando a quienes predican el ocultamiento de la corrupción. Estemos claros en que la mayoría que promete reformar el estado lamentable en que nos encontramos si tiene acceso al poder mienten, basta ver de quienes se rodean y cuales son sus prácticas en posiciones de menos importancia que la presidencia. El problema trasciende los partidos políticos, pero es una tarea política, donde todos debemos involucrarnos.