Una vez más el 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer nos enrostra una realidad que nos golpea en la cara: la vergüenza de los feminicidios y la agresión a las mujeres.
Esa fecha encuentra a República Dominicana, la tierra de las hermanas Mirabal, Patria, Minerva y María Teresa, en segundo lugar entre los países de América Latina con más cifras de feminicidios.
Según la CEPAL, en esta patria de Duarte, Sánchez y Mella, se asesinan 2.4 mujeres por cada 100,000 y el 35 % de las mujeres ha sufrido violencia en algún momento de su vida.
Y peor aún, de acuerdo con la Procuraduría General de la República, entre enero y agosto de este año, se registraron 40,533 casos de violencia contra la mujer e intrafamiliar, 5,003 delitos sexuales y 65 feminicidios y homicidios de mujeres.
La gran novedad de este 2024 es que tenemos hasta asesinos en serie de mujeres y docentes violadores en las mismas escuelas.
Consterna que Nazario Mercedes, un criminal que no sólo mató a una, sino a cinco mujeres vinculadas como parejas sentimentales, lograra burlar la justicia durante tres décadas cometiendo crímenes desde 1995 hasta el 2023.
Indigna también el caso de la escuela de San Pedro, donde maestros están siendo sometidos a la justicia por agresión sexual a una estudiante.
Frente a la triste realidad de las mujeres dominicanas que enfrentan violencia, cobra gran sentido el llamado de la Organización de las Naciones Unidas de sumarse a la campaña «No hay excusa», que tiene como objetivos movilizar a todos los miembros de la sociedad ante una alarmante escalada de la violencia contra las mujeres, revitalizar los compromisos y exigir responsabilidad y medidas concretas a los responsables de la toma de decisiones.
No se puede banalizar el problema este problema o minimizarlo. Mientras las mujeres estén condenadas a vivir con miedo en sus hogares, acosadas en los trabajos, en las escuelas y en las calles no podemos hablar de progreso y desarrollo.
Ante la violencia hay que actuar de forma contundente, porque, como dijo Elie Wiesel, “ante las atrocidades tenemos que tomar partido. El silencio estimula al verdugo”.