Nietzsche y su filosofía socavaron la metafísica y la idea de la cultura que en Occidente se fue cultivando desde la Antigüedad hasta el siglo XIX. No recuerdo claramente cómo llegó hasta mí el primer libro leído del filósofo alemán.
Empezaba mis estudios universitarios, siendo parte de la fundación, junto al poeta Mateo Morrison y un grupo de jóvenes estudiantes de la UASD, del Taller Literario “César Vallejo”, en 1979. Despertaba de cierta modorra el sentir democrático de nuestra nación, habiendo desplazado en 1978, mediante el voto popular, a Balaguer del poder.
El advenimiento de esa nueva realidad exigía analizar el presente desde una perspectiva de pensamiento innovadora, disruptiva. Para mí, Nietzsche, de la mano de Heidegger, primero, y luego de pensadores como Foucault, Deleuze, Schajowicz, Jasper, Lefebvre, Baudrillard y Trías, entre otros, aportaba conceptos clave para germinar un pensamiento diferente en una academia anquilosada y una sociedad que se sacudía de cierto letargo.
Me enteré, a través de un amigo lector, que alguna persona comentó, despectivamente, no comprender por qué se publicaba un ensayo treinta y siete años luego de su defensa como tesis.
Se trata de mi libro “El concepto de poder en Nietzsche” (Búho, 2021). Quien se hizo la pregunta ignora, entre muchas otras cosas, la trascendencia en las ideas de un pensador como Nietzsche.
Como explico brevemente en el prólogo del volumen, el ensayo, muy ligeramente modificado en su estilo e intocado en sus conceptos como libro, fue redactado entre los años de 1983 y 1984. Plantear en el seno de la UASD de aquellos años una investigación sobre un pensador disruptivo como Nietzsche significó una herejía, habiendo tenido que resistir y a veces combatir cuestionamientos prejuiciados e infundados, con obtuso desconocimiento del autor y de su enfoque genealógico del individuo, la moral y la ciencia.
No hay, en el hecho de publicarlo, pretensión ni motivo más allá de la evocación de la nostalgia y de hacer honor a Platón y su metáfora sobre la presumible durabilidad perpetua de las ideas. No quise trastocar los conceptos. No quise actualizar las fuentes, aunque bastante se ha publicado de y sobre Nietzsche en las tres últimas décadas.
Sin embargo, quise que permanecieran, a pesar de las limitaciones en recursos bibliográficos y en precedentes locales, solo Pedro Henríquez Ureña y Vicente Sánchez Lustrino lo refieren, la valentía y la determinación juveniles, para intentar romper los paradigmas de un filosofar acrítico, doctrinario y adocenado; es decir, un no filosofar, que imperaba, con escasísimas excepciones, en aquellas aulas como una pesada y entumecida didáctica de rancia folletería.
Quedan en el libro plasmados, como fueron concebidos, las ideas, enfoques, referencias, conjeturas y dilucidaciones, esperando la indulgencia de los lectores, sobre todo, de quienes conocen la obra de Nietzsche con posterioridad a aquella época, dado que se trata de un escrito juvenil.
Lo activo, como fuerza espiritual, es fundamental en Nietzsche. La filosofía, siguiendo principios de Wittgenstein, es mucho más fértil para el pensamiento y la cultura cuando deja de ser una teoría para convertirse en una actividad.
Esa actividad pone en marcha la reflexión y en ella, la realidad, las ideas, las creencias, los mitos y la vida, en sus sinuosos avatares, interactúan con apasionado dinamismo y creatividad.
El propio Nietzsche apoya, como un atributo de primer orden, la curiosidad, el asombro que en el filosofar Platón entendía imprescindible. Porque es esa curiosidad lo que invita al pensamiento y al filósofo a volver a sí, a su propia y vital impronta reflexiva, una y otra vez. Lo que implica, además, retornar sobre sí, sobre su propia escritura y pensamiento. La filosofía encarna riesgos y rebeldía.