Hugo López Morrobel
Millones de personas, en especial los creyentes a rajatabla sobre la venida del Señor, cree que el mundo está llegando a su fin, por la cantidad de tragedias que están ocurriendo.
Se puede afirmar que esa ha sido, exactamente, la percepción que ha tenido la humanidad desde siempre.
Sin embargo, hay catástrofes que son más dolorosas que otras, por el impacto en número de los que están envueltos.
Ese es el caso avión que se estrelló el lunes, pereciendo los integrantes del equipo de fútbol brasileño Chapecoense, que se dirigía a Medellín, Colombia, a disputar la final de la Copa Sudamericana, con un balance fatal de 76 muertos de los 81 que iban en el aparato.
No es el primero ni será el último infortunio de esta naturaleza, es más, pocos casos se registran, porque son miles los vuelos en que equipos de diversos deportes se trasladan por esa vía, y a pesar de ello, las estadísticas determinan que son muy bajas las cifras de accidentes de aviación.
En República Dominicana, el primero y más impactante siniestro para el deporte, ocurrió en 1948, con la famosa tragedia de Río Verde, donde murió la casi totalidad de los integrantes del equipo de béisbol de Santiago que regresaba de una serie en Barahona.
Luego, en otro accidente, murió el primer campeón mundial de boxeo dominicano, Carlos Teo Cruz, además del equipo femenino de voleibol de Puerto Rico, tras una serie con su igual de República Dominicana.
El último que afectó el deporte dominicano, ocurrió el 15 de noviembre de 1992, cuando perecieron seis integrantes de la selección nacional de ajedrez, junto al presidente de esa entidad, ingeniero Pachón Matos Rivera, cuando una nave de Cubana de Aviación chocó con la loma Isabael de Torre en Puerto Plata.
Casos lamentables como estos, son riesgos que se corren a diario, para continuar con los intercambios deportivos, por lo que, lamentablemente, esta tragedia en Colombia no será ni la primera ni la última.
