Algunos lo atribuyen a que se celebra el nacimiento de un niño que marcó un antes y un después en la historia de la humanidad. Los comerciantes y economistas piensan que esto se debe a que hay más dinero circulando, lo cual “dinamiza la economía y alegra los corazones”.
Otros dicen que tiene que ver con el alivio y la alegría natural que experimenta cualquier persona al terminar un ciclo.
Es como cuando entregamos un proyecto que nos ha demandado tiempo y esfuerzos y podemos exclamar aliviados: ¡uff, por fin acabé!
Sea por una o varias de las razones antes citadas, lo cierto es que durante las fiestas de Navidad y Año Nuevo entre los dominicanos reina un ambiente alegre, festivo y positivo, excepto para algunas personas a quienes estas festividades les producen una especie de melancolía (eso se lo dejamos a los psicólogos).
Por unos cuantos días nos olvidamos incluso de los problemas o los vemos más pequeños. Y no es que los problemas desaparecen, es nuestra actitud que los hace ver relativamente más llevaderos. Nos sentimos más optimistas. Definitivamente cambiamos, aunque sea un poco, para bien.
Pero el cambio más notorio tiene que ver con la solidaridad. Por supuesto que no me refiero a las dádivas, a la vergonzosa repartición de cajitas y ahora de “fundas reforzadas”.
No hablo del clientelismo barato, que más que bondad demuestra la poca calidad de quien reparte y lo humillante que es vivir en la extrema pobreza.
Porque solo quien vive en la extrema pobreza se pone de mojiganga y aguanta sol y empujones durante todo un día a ver si tiene suerte y le toca una cajita miserable que no alcanza ni siquiera para la cena de un día, y encima de eso le agradece al político que reparte un poco de lo que se adueñó ilegalmente.
No me refiero al funcionario o al gobierno que se pasa el año cogiendo lo que no es suyo y que súbitamente “se llena de bondad”, se vuelve “más cristiano” que Jesús, y sale a repartir cajitas para luego publicarlo en la prensa y mostrar lo “bueno” que es.
Me refiero a ese sentimiento tan noble que sin darnos cuenta nos va embargando a medida que se acerca el fin de año, especialmente el día de Nochebuena. Quizás tenga que ver con la tradición.
Hablo de ese espíritu solidario que caracteriza al dominicano común.
A ese hombre, a esa mujer que trabaja todo el año, incluso si no trabaja, que en estos días piensa en aquel familiar, vecino o amigo que está enfermo, en prisión, o en situación económica precaria, y de lo poco o lo mucho que recibe aparta lo que puede y lo comparte.
Ojalá pudiéramos hacer que ese sentimiento tan noble no solo prevalezca en Navidad. La solidaridad debe ser cosa de todo el año. De cada día de nuestra vida.