Con ocho meses de atraso el “ revocatorio” presidencial se concretó el pasado domingo 16 de julio con el plebiscito en el que la inmensa mayoría de los venezolanos repudió al régimen dictatorial – es imposible y ridículo definirlo de otra manera- encabezado por Nicolás Maduro.
De haberse cumplido con aquella instancia institucional Maduro ya habría caído, Venezuela miraría el futuro con, por lo menos, más esperanzas y se hubieran ahorrado muertes, prisiones arbitrarias y mucha represión.
Pero no fue así. Y no lo fue porque a pedido de Maduro metieron “ las narices” el papa Francisco I, los expresidentes Rodríguez Zapatero, Torrijos y Fernández y la Unasur, promoviendo “ el diálogo”.
El revocatorio se sepultó bajo el manto de ese diálogo que contó, y es bueno recordarlo y tenerlo presente, con la bendición papal y con el apoyo de los socios ideológicos – Bolivia, Nicaragua, Ecuador y Cuba-, con la complicidad silenciosa, a veces más o menos disimulada, de gobiernos como los de Colombia, Chile, Uruguay, y con el respaldo de expresidentes como Lula y Cristina Kirchner, más el voto de los países petrodependientes, que han impedido una acción efectiva de una OEA muchos más activa y comprometida en la defensa de la Carta Democrática violentada por todos los costados por el régimen chavista.
Maduro, en tanto, insiste, se aferra y recurre al instrumento del “ diálogo” que tanto resultado le ha dado hasta ahora. Mientras 7,6 millones de venezolanos votan mayoritariamente en su contra (98,4 %), él habla de sentarse a dialogar y de la paz, al mismo tiempo que advierte, eso sí, que si no prospera su farsa de la Constituyente “habrá guerra”.
Y en eso no miente: durante el plebiscito del domingo las brigadas armadas chavistas – grupos de choque fascistas-bolivarianos- balearon a ciudadanos que iban a votar, asesinando a por lo menos una persona – una mujer de 61 años-.
Este es el diálogo que propone Maduro, el que en nada difiere del de octubre y noviembre pasado, cuando se impidió el “ revocatorio”.
La Unión Europea ha reclamado a Maduro que desista de la Constituyente y que se hagan elecciones y España ha pedido sanciones.
Ha habido advertencias muy claras de EE. UU., Canadá, México y de la Secretaría de la OEA entre otras muchas.
Maduro ha dicho al gobierno de Rajoy que no meta las narices y a la UE que Venezuela no es su colonia.
Hace gracia, por no decir que da asco, que Maduro, el hombre de Cuba, hable de soberanía. Recién cuando el chavismo deje el poder se sabrá con quiénes y cuán comprometida está la soberanía venezolana. Será una muy grande y dolorosa sorpresa, sin duda.
Pero parecería que a Maduro se le acaban los socios dialoguista. El pueblo venezolano, en la calle y en las urnas, ha desnudado la dictadura de Maduro.
El plebiscito es un contundente rechazo a los “socios” dialoguistas, a los correligionarios progresistas y bolivarianos , a los timoratos y a los silenciosos, y a la vez constituye un potente llamado al mundo democrático para que comiencen a meter sus narices para que la dictadura se acabe.
No se trata de pedir socios y compañeros de ruta.
Se trata de que los organismos actúen efectivamente, haciendo cumplir los convenios y compromisos internacionales y de que los países comprometidos con la democracia adopten en el caso venezolano las mismas conductas y medidas aplicadas a otras dictaduras.
Esto es, meter las narices para que no se siga con la represión, con los asesinatos, con las prisiones ilegales, con el avasallamiento de libertades y derechos y con el desgobierno autoritario.
Meter las narices, y con esos límites, pero esta vez respondiendo al legítimo reclamo del pueblo venezolano.