Las naranjas, ¿son un producto de primera necesidad? Para mí, sí. No puedo pensar en comenzar mi día sin jugo recién exprimido de valencianas dulces y un humeante café recién colado.
Lo de hoy, aunque corrompido por mi interés personal, es un tema genuino que merece atención de autoridades y consumidores.
Es la tremenda canana, por no decir vaina, que las naranjas que empacan para supermercados, carísimas, siempre incluyen tres o más por docena podridas o dañadas. Muchas tienen la piel afectada de fumagina, feísimo hongo saprófito de aspecto carbonoso.
Otras evidencian, por la extrema resequedad del pedúnculo, que no fueron cosechadas de la mata, sino recogidas del suelo.
También es notorio cómo las mezclan en cada paquete, con dos o tres grandotas y sanas y el resto dignas del zafacón.
Todo ello es un abuso; un maltrato a los consumidores por productores, mayormente de Hato Mayor, que han ido dañando su marca.
En esta selva del sálvese quien pueda, exijo donde compro que cambien en cada paquete las dañadas. ¡Abusadores!