Nacionalidad, desarrollo e institucionalidad

Nacionalidad, desarrollo e institucionalidad

Nacionalidad, desarrollo  e institucionalidad

Roberto Marcallé Abreu

MANAGUA, Nicaragua. Estos últimos días han sido escenario de una memorable intensidad en las manifestaciones de la naturaleza.

Desde que resido en este país no recuerdo haber sido testigo de tantos aguaceros de tal vigor y fuerza. Las aguas proverbiales de mayo nos han alcanzado ya avanzado el mes y nos han dejado en el rostro y la mirada una sensación de asombro.

Pienso en la República Dominicana distante y me preocupa la realidad de las personas que, por la fuerza de las circunstancias, residen en las proximidades de ríos y arroyos.

Sé que ellos están en la mente y las inquietudes del presidente, porque, si mal no recuerdo, en las transformaciones institucionales ejecutadas en este gobierno se produjo una unificación de los organismos responsables de proporcionar viviendas seguras a aquellos ciudadanos que carecen de recursos.

Lamento no disponer de datos actualizados, pero me entusiasmaría que la estructura histórica que ha normado la edificación de una vivienda para los desposeídos y marginados haya sido objeto de los cambios y transformaciones positivos que son una inquietud profunda de todos.

Los asuntos de un Estado como el nuestro están sujetos a una contrariedad de intereses que, con sobrada frecuencia, distorsionan gravemente su ejercicio.

Estoy convencido de que este ejercicio gubernamental está orientado en su esencia a relanzar el país y corregir las graves distorsiones del pasado. Mi sincera esperanza es que, a fines del cuatrienio, un significativo número de las graves distorsiones que han lastrado el desarrollo nacional y el rescate de tanta gente que sufre y padece hayan sido reducidas significativamente.

En ese orden, mis esperanzas particulares están orientadas a los ánimos del Ejecutivo y sus asistentes más cercanos y sensibles.

Si uno es realista, sabe que la realidad política histórica de nuestro país ha sido definitivamente amarga y trágica en muchos sentidos. No siempre las esperanzas se han concretado.

Quién no sabe que, históricamente, el ejercicio del poder en nuestro país ha estado plagado de incontables distorsiones y equívocos. Que, precisamente, la presencia partidaria casi nunca ha estado imbuida de ideales y principios, sino de apetitos, que han distorsionado las más elevadas intenciones y los mejores propósitos del quehacer oficial.

Lamentablemente, a esta realidad hay que sumar que el país que recibió el presidente adolecía de las peores distorsiones concebibles. He dicho y repetido demasiadas veces que solo corregir los vicios y apetitos viejos y nuevos representan una tarea tan dura y compleja que nos costaría un periodo de tiempo bastante prolongado para su erradicación.

Aspiro, no obstante, que al final de estos cuatro años la justicia definitivamente haga su papel, sin posibilidad alguna de que volvamos hacia atrás. Que se recuperen los bienes robados al pueblo.

Que la delincuencia y el crimen hayan sido reducidos a su más mínima expresión y que la pobreza haya sido erradicada en un porcentaje sustancial.

Que las instituciones castrenses y la policía hayan sido depuradas de raíz a fin de que cumplan rigurosamente con los fines para las que fueron creadas.

Concretar estas ideas en los hechos vendría a significar un salto adelante de la República Dominicana de varios siglos, lo que nos colocaría entre las naciones más avanzadas y civilizadas del hemisferio.



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