Música

Una de las características de la cultura judía, estudiada por su promedio de coeficiente intelectual mayor que otros grupos humanos, es que en casi todas las familias alguno estudia y toca música.
El violín está asociado a grandes artistas y hay una cantidad desproporcionada de estos que son judíos. Igual pasa con la cantidad de ganadores de premios Nóbel en las categorías científicas.
Lejos de significar alguna superioridad genética en sus facultades cognitivas, al parecer la música practicada con rigor desde la niñez durante muchas generaciones estimula un mayor entendimiento de las matemáticas, piedra angular de las ciencias duras.
Lo pensé al enterarme por Inés Aizpún que nuestra modesta comunidad de amantes de la música clásica celebra el 39 aniversario de la Fundación Sinfonía, con relevantes logros.
Dada la deriva farandúlica del Ministerio de Cultura, seguí pensando, ¿no sería espléndido que este dedique recursos y esfuerzos a llevar al pueblo música de calidad que estimule el pensamiento en vez de atrofiarlo? El gusto se educa.
El enorme talento de los músicos populares dominicanos demuestra buena materia prima para encauzar a niños y jóvenes al estudio formal de la teoría musical y la práctica de instrumentos distintos a güira y tambora.
Conviene introducir programas serios para enseñar música, ajedrez, teatro y otras materias incorporables al currículo.
Una instrucción pública más holística producirá mejores ciudadanos, que quizás todavía no nos den premios Nóbel pero sí desarrollen sensibilidades que eviten horrores como el genocidio de palestinos en Gaza, una vergüenza humana.
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