El pasado 14 de octubre, el Grupo II de la Unidad de Delincuencia Especializada y Violenta (Udev Central) asumió las pesquisas. En un registro del piso de Vallecas se había encontrado ropa de la niña y de la madre, así como otras pertenencias, pero no evidencias de que allí se hubiera producido un crimen. Se averiguó que Raúl Álvarez había estado un día después de la desaparición en la citada finca de Zamora, gracias al posicionamiento del teléfono (utilizó el terminal de Adolfina, aunque con la tarjeta de él). Raúl alegó que fue a visitar a sus padres, pero sus progenitores no habían salido de Madrid.
El pasado lunes, cuando tuvieron la certeza de que Álvarez era el único sospechoso lo detuvieron en casa de sus padres. No mostró sorpresa ni se alteró. «Estás detenido por la desaparición de tu pareja y su hija», le dijo el instructor de las diligencias. No se derrumbó, pero admitió que las había matado y había arrojado sus cuerpos a una alcantarilla del parque madrileño de la Dehesa de la Villa.
Los agentes ya habían enviado varios equipos a tres puntos de San Vicente de la Cabeza, pero los convincentes detalles del arrestado provocaron que se trasladaran con él a registrar ese punto de Madrid. «Lo conocía muy bien porque pasaba por allí con su bicicleta de montaña», explican fuentes del caso. A las ocho de la tarde del lunes estaban seguros de que mentía y, aunque al día siguiente se retomó esa compleja búsqueda del subsuelo y se desaguaron varias alcantarillas, el GEO y otro despliegue de agentes empezaron a trabajar en Zamora. Hasta allí fue trasladado el detenido, que entonces sí, sabiéndose descubierto, les marcó el pozo de la finca familiar.
Descompuestos
Allí, a varios metros bajo tierra, en medio del agua, estaban las víctimas, en avanzado estado de descomposición. Raúl ni torció el gesto. En la casa de sus padres se encontró el móvil de la madre y de la hija. El juez instructor lo envió a prisión sin fianza y se ha inhibido en el de violencia de género. Adolfina no quería un maltratador a su lado, y menos cerca de su hija. Su firmeza les costó la vida a ambas.
«Raúl había decidido seguir con su vida, olvidarlo. Comía, bebía, dormía y hace un par de meses inició otra relación con una mujer cubana», explican fuentes de la investigación. Ni su nueva pareja, ni sus padres ni nadie de su entorno imaginaban lo que había ocurrido. Tampoco la casera del piso en el que tenían alquilada la habitación donde supuestamente asesinó a madre e hija.
A sus progenitores Raúl, que cuenta con antecedentes policiales por estafa y contra quien pesaba una orden de protección respecto a una pareja anterior a Adolfina, les contó que esta y su niña se habían marchado a la República Dominicana. Su nueva novia relató a la Policía que a veces Raúl se echaba a llorar sin motivo y parecía nervioso, aunque jamás le explicó por qué.
Los investigadores, convencidos de que era el asesino desde semanas antes de detenerlo, vivieron la zozobra de que no aparecieran los cuerpos. «Nos dijo dónde aparcó el coche en la Dehesa de la Villa, que lo metió de culo para aproximarse a la alcantarilla y sacar los cadáveres. Detalles muy precisos. Pero no estaban». Cuando descubrió que tenían toda la información, acabó confesando el punto exacto, el pozo.