Si hay algo que conecta profundamente al ser humano con la Divinidad es el proceso de creación. Cuando se descubre el propósito de vida y nos abrimos a la experiencia de expresar y canalizar, es una de las emociones más placenteras.
Hablar, escribir, darle vida a algo con nuestras manos se vuelve casi místico. Sabes que tu cuerpo está ahí, pero el alma te guía, como si te susurraran al oído lo que haces.
Aterrizar la idea a la materialización es una satisfacción que no tiene valor monetario, aunque se le otorgue, porque para el creador lo que plasmó ahí no tiene precio, está hecho de su fibra, su esencia, por el solo motivo de hacerlo no de que se lo reconozcan.
Todos tenemos ese don, basta solo conectar con el Universo y preguntar.