El 26 de febrero de 1958, los equipos Santos y América-RJ se enfrentaron por la primera ronda del Torneo Río-Sao Paulo. El club Santos venció al equipo de Río por 5 a 3. De los cinco goles del Santos, cuatro fueron de Pelé.
«Solito, terminó el partido, acaparó el marcador», declaró el periodista Nelson Rodrigues (1912-1980).
Presente en el Maracaná, al autor de À Sombra das Chuteiras Imortais («A la sombra de las botas inmortales», 1998) le gustó tanto la actuación del muchacho, entonces de 17 años, que le dedicó una crónica entera: «La realeza de Pelé».
Era la primera vez, dice el periodista Ruy Castro en su biografía O Anjo Pornográfico («Ángel pornográfico», 1992), que Edson Arantes do Nascimento, Pelé, fallecido este jueves 29 de diciembre a los 82 años, era llamado el «rey de fútbol».
«Pelé tiene una ventaja considerable sobre los demás jugadores, la de sentirse un rey, de los pies a la cabeza», escribió Rodrigues en la crónica publicada en la revista Manchete Esportiva, el 8 de marzo de 1958.
«Cuando atrapa el balón y regatea un oponente es como ahuyentar a un plebeyo ignorante y pésimo».
De los cuatro goles que le metió Pelé al portero Pompeya, uno de ellos llamó la atención del cronista.
Aquel en el que antes de meter el balón, el as regatea al primero, dobla al segundo y corta al tercer defensor. «Hasta que llegó un momento en que ya no quedaba nadie para regatear. No había defensa. O de otra manera: la defensa estaba indefensa«, bromeó el periodista.
En la crónica, Rodrigues confiesa haberse asustado al enterarse de la edad de Pelé: ¡17 años!
«Es un niño, un niño. Si quisiera estar en una película de Brigitte Bardot, lo prohibirían», escribió en la columna «Mi personaje del año», en enero de 1959.
«Pero miren: ¡es un indudable genio! Ya sea a Miguel Ángel, a Homero o a Dante, los saluda con íntima efusividad: ‘¿Cómo estás, colega?'».
Para describir lo que vio aquel miércoles por la noche, Rodrigues abusó de adjetivos: «grande», «perfecto», «fabuloso», «imbatible», «incomparable». «Anda a jugar bien así, que el diablo se lo lleve».
Tres meses después de la publicación de la crónica profética, la primera en llamar rey a Pelé, la estrella y la selección brasileña de fútbol se coronaron campeones en el Mundial de Suecia.
En 1975, cuando la estrella ya vestía la camiseta del Cosmos, Rodrigues declaró: «Pregúntenle a cualquier cebra del zoo: ‘¿Quién es el mejor jugador del mundo?’. Todas las cebras dirán, en una cálida unanimidad: ‘Pelé'».
Y concluyó: «Desde el esquimal hasta el chino, desde el ruso hasta el alemán, desde el patagónico hasta el egipcio, todos piensan que Pelé es realmente el gran jugador del presente, del pasado y del futuro».
Temas literarios
Nelson Rodrigues no fue el único en elogiar el talento de Pelé.
A lo largo de las décadas, otros autores, de diferentes estilos y generaciones, escribieron cuentos, poemas e incluso novelas, rindiendo homenaje al «jugador más completo que jamás existió», como diría Ruy Castro.
El poeta de Minas Gerais Carlos Drummond de Andrade (1902-1987), autor de Quando É Dia de Futebol («Cuando es día de fútbol»), escribió: «Lo difícil, lo extraordinario, no es hacer mil goles, como Pelé. Es hacer un gol como Pelé«.
Por su parte, el columnista gaucho Luís Fernando Veríssimo escribió en su obra «Dream Team. Pasión, poesía y fútbol» (2010): «Pelé era bueno hasta atándose las botas».
Cada quien tiene su momento favorito. El del escritor de Minas Gerais Mário Prata, autor de París, 98! (2005), sobre el Mundial de Francia, es «totalmente desconocido».
Pelé debía tener 12 años y jugaba en el Baquinho, el equipo infantil de Bauru, club del interior de São Paulo donde el niño dio sus primeros regates.
En un partido, relata Prata, Pelé recibió el balón de espaldas a la portería contraria y, sin mirar atrás, lo golpeó con el tacón. ¿Conclusión? El balón se fue en el ángulo.
En el descanso, el entrenador le regañó así al chico: «Oh, hombre, no tenías que hacer eso. La posibilidad de cometer un error era grande. Había espacio para dar la vuelta y tirar de frente».
Pelé respondió: «Tiene razón. No estaba viendo su portería, estaba viendo la nuestra«, reproduce Prata.
La jugada favorita del escritor paulista Ignácio de Loyola Brandão, autor de «El gol», incluido en la antología 22 Contistas em Campo («22 contadores en el campo», 2006), fue el tanto que marcó Pelé en el Juventus Stadium, en Sao Paulo, el 2 de agosto de 1959.
El partido terminó en goleada: 4 a 0 para Santos.
«Nunca había visto un gol tan narrado, descrito, comentado, discutido, aplaudido, idolatrado, mitificado. Ese gol no lo vi. Pero todos lo vieron. El estadio tiene capacidad para 4.000 hinchas en 1950″, dice irónicamente.
El escritor brasileño Milton Hatoum también cita un gol como la jugada magistral del rey del fútbol.
«Pelé marcó decenas de goles increíbles. Uno de los más bonitos fue el que marcó contra Suecia«, elige remontándose al Mundial de 1958.
Él mismo narra la maniobra: un jugador realiza un centro largo al área. Pelé domina el balón, saca un sombrero a un defensa y, sin dejar que el balón toque el césped, lo patea al ángulo derecho del portero.
«Un gol histórico», define. «Desafortunadamente, Brasil no celebra a sus verdaderos mitos y héroes».
El periodista paulista Juca Kfouri, autor de varios libros sobre fútbol, como Meninos Eu Vi («Chicos que vi», 2003), entre otros, elige no un gol, como Prata, Loyola o Hatoum, sino un intento de gol.
El mediocampo disparó ante Checoslovaquia, en el Mundial de 1970. «Después de ser el gol que Pelé no marcó durante años, lo cierto es que nadie lo había intentado antes», explica.
El escritor de Minas Gerais Luiz Ruffato, que editó Entre como Quatro Linhas («Entre cuatro líneas», 2013), una antología de cuentos sobre el fútbol, también señala lo que más le gusta del atleta del siglo.
«Puede ser un poco obvio, pero el tiro más hermoso fue el primer gol en la final de la Copa del Mundo de 1970 contra Italia«.
Tostão remata por la banda para Rivelino que, en un solo toque, pone el balón en la cabeza de Pelé. ¡Meta!
«Recuerdo los gritos de alegría de la gente de mi barrio, gente pobre que trabajaba en fábricas de telas, y que en ese momento se sentían reyes como Pelé. Yo era un niño, tenía 9 años, pero, aún hoy, me emociono cuando recuerdo ese partido…», confiesa.
De artista a creador
Para cuatro escritores, el remate más bonito de todos los tiempos del mejor futbolista de la historia no fue un gol, sino un regate.
El clásico regate a cuerpo del portero uruguayo Ladislao Mazurkiewicz (1945-2013) en la semifinal del Mundial de 1970, en México.
«Un regate pocas veces visto», apunta el escritor carioca Carlos Eduardo Novaes, autor de la crónica «El rey de la superstición», de la antología Onze em Campo e um Banco de Primeira («Once en el campo y un banco de primera clase», 1998). «Visión de juego y rapidez de pensamiento de quien sabe lo que tiene que hacer en el campo».
Antes de elegir su jugada favorita, el escritor brasileño Cristovão Tezza se asegura de reseñarla «por milésima vez».
«Es una cosa ‘conceptual'», dice. «Tan hermoso que la ausencia de gol se volvió irrelevante», dice el autor de «Una cuestión moral», cuento incluido en la colección Entre as Quatro Linhas («Entre las cuatro líneas»), de Luiz Ruffato.
Autor de Os Cabeças de Bagre También Merecem o Paraíso («Las cabezas de bagre también merecen el paraíso», 2001), entre otros libros sobre fútbol, el escritor y guionista del Santos José Roberto Torero también vota por el regate sin balón de Pelé en Mazurkiewicz.
«Fue un regate completamente nuevo, que nunca antes se había visto. En ese momento, Pelé dejó de ser un artista para convertirse en un creador. Hizo una obra maestra, pero una obra maestra de verdad, algo que nunca antes se había hecho», justifica.
Al escritor y periodista de Minas Gerais Sérgio Rodrigues le gusta tanto la idea, que no le dedicó una crónica o un cuento, sino una novela, O Drible («El regate», 2013). En el libro, los nueve segundos de juego se describen en seis páginas.
«Además de la asombrosa capacidad de fabulación futbolística, la creación instantánea de un hecho inédito que altera las mismas coordenadas temporales y espaciales del juego, lo que veo en esta jugada es una garantía de permanencia precisamente por su inconsistencia. Si hubiese resultado en gol, habría sido bonito, pero tranquilizador. Como el balón no entró, nos quemará los ojos para siempre«.