A todos nos ha pasado alguna vez, que esperamos ciertos eventos especiales para estrenarnos el traje nuevo que está en el clóset o para destapar la botella de champán que tenemos guardada desde hace tiempo para alguna celebración especial que habrá de llegar algún día.
A propósito de esto, un amigo me contó que, estando él en una fiesta, uno de los presentes se ganó en una rifa una botella del más fino licor.
Entre música, comida, cuentos y festejos, la bebida general llegó a su fin y había que mandar a comprar más. Ante esa situación, el joven agraciado en la rifa dijo que abriesen la botella que a él le habían entregado.
-Nooo, imposible –exclamó alguien-. Deja ese licor para un momento especial.
-Insisto –dijo el agraciado-. ¿Qué mejor momento voy a esperar si hoy lo estoy disfrutando con todos los aquí presentes? Hoy tengo ese instante especial y no lo voy a dejar escapar.
Terminadas esas palabras, todos los presentes se dieron cuenta de que estaban en un verdadero momento especial.
La verdad es que nos pasamos la vida esperando los llamados momentos especiales y, a veces, cuando los tenemos al lado de nosotros, los dejamos pasar.
La vajilla que no usamos, sino para cierta ocasión, la sala de lujo destinada para ciertas visitas y cantidad de otras cosas, se nos convierten en sueños que nunca alcanzan su plena realización.
¡Qué bueno sería que nos diésemos cuenta de que todos los momentos de la existencia son especiales, que la sola condición de estar con vida es una especialidad que se debe tener como la más importante de todas!