Aun cosecho frutos dulces de aquellos tres años de mi adolescencia y primera juventud que trabajé en la primaria del Colegio Don Bosco. Éramos alegres servidores de todos los cursos.
El padre Ramón Alonso y la hermana Casilda Noboa, dos personas de Dios consagradas a la formación integral de niños, adolescentes y jóvenes, me enseñaron lo eficaz de lo que en el mundo salesiano se conoce como “la disciplina preventiva”.
Durante esa experiencia conocí verdaderos maestros, ninguno son famosos, pero sí están tallados en los corazones de los alumnos que pasaron por sus manos.
La dinámica Modesta Marté, por ejemplo, se desvivía por cada uno de sus alumnos, observaba cuidadosamente su estado de ánimo y le dedicaba momentos extras a quienes necesitaban un “empujón para salir del hoyo”.
Ella, como muchos otros de ese mismo grupo, acompañaba a los muchachos en el aprendizaje, en la diversión y en la tristeza.
La otra debilidad de Modesta era “los muchachos del Politécnico”, donde en la tarde impartía clases de Matemáticas.
Para esa verdadera maestra cada alumno tenía un rostro y una historia. Ella sentía que su misión era acompañarlo para que él se hiciera de las herramientas con las cuales labrarse un buen futuro.
Jamás se le ocurrió regatearle un día de docencia y mucho menos usar a los estudiantes como carnada.
Modesta no faltaba a ninguna de las jornadas de formación, tanto en el Don Bosco como en el “Politécnico”, pues sabía que actualizarse le permitía ayudar mejor a “sus muchachos”.
Necesitamos llenar las aulas de “Modesta con tablet o smarphone” para que, de nuestras escuelas, salgan personas con formación integral y capaces de enfrentar los retos que presenta esta sociedad de la posmodernidad.