Según la tradición Ana y Joaquín se encontraron en la puerta Dorada de Jerusalén al ser bendecidos por Dios con la concepción de María.
En términos históricos, se sabe muy poco sobre quiénes fueron Joaquín y Ana, los padres de María, madre de Jesús. Biológicamente, es obvio que Jesús tuvo abuelos, incluso pudo haberlos conocido. Pero las breves menciones sobre esta pareja, considerados santos por la Iglesia católica, aparecieron mucho después de su época y parecen haber sido escritas más para justificar los mitos que para relatar hechos históricos.
La principal fuente de información biográfica sobre Joaquín y Ana es un evangelio apócrifo, un texto conocido como el Protoevangelio de Santiago. El problema es que fue escrito mucho después de la muerte de estos personajes, probablemente alrededor del año 150 d. C. Y, por supuesto, se hizo en un contexto de afirmación de los valores sostenidos por esos primeros cristianos, empezando por la necesidad de justificar el origen de María, la madre de Jesús, como para reforzar que ella no provenía de una familia cualquiera.
«Históricamente, no sabemos nada de los padres de María. Lo único que tenemos como evidencia es el Protoevangelio de Santiago, que es un texto no canónico del siglo II», corrobora el vaticanista Filipe Domingues, doctor en Ciencias Sociales de la Pontificia Universidad Gregoriana y subdirector del Centro Laico de Roma.
«Santa Ana y San Joaquín aparecen en este texto. No es precisamente una evidencia histórica, pues ya estamos hablando de [algo escrito] mucho después de la vida de Jesús», agrega, en conversación con BBC News Brasil. «Entonces, lo que sabemos sobre ellos es lo que terminó en la tradición. Historias basadas en relatos que circularon desde el comienzo del cristianismo, y muchas de ellas terminaron manteniéndose».
El historiador André Leonardo Chevitarese, autor de «Jesús de Nazaret: lo que la historia tiene que decir sobre él» y profesor del Instituto de Historia de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ) señala que todas las «cuestiones relativas a la infancia de Jesús», incluidos los relacionados con sus padres, abuelos y otros familiares, se resolvieron «mucho después de Jesús».
Analizándolo bajo el prisma historiográfico, tiene perfecto sentido: para sus contemporáneos, cuando se estaba gestando el movimiento de Jesucristo, no importaba registrar tales detalles biográficos, ya que era imposible prever la forma en que su vida y su mensaje terminaría dando lugar a algo más grande, en este caso, una nueva religión.
«Es necesario prestar atención a esto», enfatiza Chevitarese. El historiador recuerda que los datos sobre la genealogía de Jesús están presentes en los libros canónicos, en los evangelios de Mateo y Lucas. «Y ellos escriben esos unos 90 años después del nacimiento de Jesús», dice.
El investigador explica, sin embargo, que existen análisis comparativos que indican que los pasajes que aluden al nacimiento de Jesús, fueron injertados a posteriori.
«Sospechamos que los datos relativos al nacimiento de Jesús, inclusive sobre José y María, como padres de Jesús, habrían sido añadidos tardíamente, probablemente en el siglo II», añade.
A lo largo del siglo I, no hubo interés en el nacimiento y los orígenes familiares de Jesús: ¿quién era la madre, quién era el padre, de quién eran hijos?, explica Chevitarese y sugiere que narraciones sobre la infancia de Jesús se dieron porque había «una demanda» entre los primeros grupos cristianos.
Por eso, el investigador cree que las narraciones terminaron recibiendo características muy parecidas a los relatos mitológicos en general, en los que Jesús «gana estatus divino». «Son modelos para hablar de narraciones del nacimiento de hombres gigantes. Esto parte la tradición oral que fijó los nombres de los padres de Jesús en José y María, mucho más tarde», continúa.
Cuando apareció el Protoevangelio de Santiago, la cuestión que se planteaba era la necesidad de solucionar un problema concerniente a la madre de Jesús, porque pesaban sobre ella acusaciones muy graves, como el hecho de haber tenido a Jesús fuera de una unión legítimamente concebida por las leyes religiosas judías. «Según el evangelio de Mateo, José, cuando supo que María estaba embarazada, dijo ‘este niño no es mío, nunca tuve ningún contacto con ella'», cita Chevitarese.
Ahí entraron en los relatos los padres de María, o sea los abuelos de Jesús, Joaquín y Ana, para resolver la situación, dice el historiador. «Ahora bien, si ni siquiera tenemos datos fidedignos de quiénes fueron los padres de Jesús, imagínate quiénes fueron sus abuelos, Joaquín y Ana. Probablemente estemos, por tanto, en el campo del mito, en el campo de un tipo de literatura que quiere resolver esta acusación de, entre comillas, prostitución de María, la madre de un hijo ilegítimo, fuera del matrimonio».
¿Qué dice el protoevangelio?
El Protoevangelio de Santiago está elaborado de tal manera que imparte un aura de santidad a María. «La inserción de Joaquín y Ana se crea para demostrar que María tiene familia, que no es una prostituta ni una loca. Que tiene pedigrí. Y se describe a Joaquín y Ana como los responsables de criar a María bajo la ley judía, prácticamente criada dentro de un templo», aclara el historiador. «Toda esta historia es fantasía, llena de mitos y conceptos erróneos por parte de la ley judía de pureza, etc.»
Abordar este tema significa «entrar en relatos míticos, cuyo valor histórico tiende a cero». Un terreno de nacimientos divinos que modela a Jesús al estilo de los héroes de la cuenca mediterránea, explica Chevitarese. «Al mismo tiempo, está la tradición oral, con mucho imaginario popular y el trabajo de editores que van cambiando la información, dándole rasgos históricos».
«Es muy difícil conocer información históricamente precisa sobre estas dos figuras santas», comenta a la BBC Thiago Maerki, investigador de la Universidad Federal de São Paulo (Unifesp) y miembro de la Sociedad de Hagiografía, en Estados Unidos
En referencia al protoevangelio, dice que «narra el milagroso nacimiento de María, quien según el texto nació de padres estériles».
Según este, Joaquín y Ana ya eran mayores y no tenían hijos. «En ese momento, una pareja sin hijos era considerada maldita por Dios. Tanto Ana como Joaquín se presentan fervorosos en oración, pidiendo a Dios que los libere de esta maldición», dice la investigador.
El texto apócrifo menciona que una vez que, al hacer sus donaciones en el templo, Joaquín fue reprendido por Rubén, un sacerdote, diciéndole que, por no tener hijos, incluso casado por más de 20 años, no sería digno de hacer la ofrenda.
Entonces, Joaquín habría ayunado durante 40 días en el desierto para que sus oraciones fueran escuchadas. «De regreso a casa, Ana lo estaba esperando en la llamada Puerta Dorada de Jerusalén. Y la concepción que dio lugar al nacimiento de María habría sido un gran milagro de Dios». Maerki agrega en la Edad Media surgió la tradición que en esa concepción no hubo acto sexual.
Joaquín entonces consulta los registros de las 12 tribus de Israel para verificar si su caso era único y encuentra la historia de Abraham, quien también solo había logrado engendrar hijos con su esposa, Sara, en la vejez.
Como comenta el investigador Maerki, la belleza del relato apócrifo reside precisamente en que tanto Joaquín como Ana se presentan como «dos biografías de tristeza, de profunda angustia por no producir descendencia» y, al mismo tiempo, como dos que «creían en la oración, que Dios hiciera un milagro». Y luego se convierten en padres «de la figura santa más grande de la Iglesia, que es María».
Maerki también encontró menciones de la pareja en otro texto apócrifo, el Evangelio del pseudo-Mateo. «En él hay referencias más específicas», dice, que describen a Joaquín como una figura extremadamente devota y preocupada por los demás, que dividía lo que producía en tres; para el hogar, para donar al templo y el resto para los desfavorecidos. «El texto demuestra a un hombre de carácter extraordinario», concluye.
Fuera de esos momentos cercanos a lo que sería el nacimiento de María, no existen otros registros de Joaquín o Ana, ni nada que mencione si hubo o no alguna relación entre ellos y Jesús. Hay una mención de que Ana habría muerto a los 80 años, y nada sobre la muerte de Joaquín.
«No aparecen en la vida pública de Jesús, por lo que también quedan fuera del relato bíblico canónico», comenta el vaticanista Filipe Domingues. «No existen en la Biblia».
Mil años después
Si las primeras menciones registradas de los que habrían sido los abuelos de Jesús datan del siglo II, recién en la Edad Media su recuerdo se difundió ampliamente entre los cristianos. «La formalización de esta devoción solo empezó a partir de los siglos XI, XII… mil años después», apunta Domingues.
Maerki cree que los principales responsables de difundir estas historias fueron los cruzados. «Hacia el año 550 ya existía una basílica dedicada a Santa Ana en Constantinopla, en la Iglesia oriental», cuenta. «Pero en Occidente, la fiesta dedicada la santa comenzó a extenderse mucho más tarde».
En un texto publicado el año pasado, el hagiólogo José Luís Lira, fundador de la Academia Brasileña de Hagiología y profesor de la Universidad Estatal Vale do Acaraú, reconoce que «no se sabe mucho al respecto». Describe, sin embargo, algunas historias relacionadas con Santa Ana.
«Creo que la parroquia más importante que se le dedica es la parroquia papal existente dentro de la ciudad-estado del Vaticano. Su construcción data del siglo XVI», ejemplifica. «La bendición del templo tuvo lugar en 1583».
«En Jerusalén está la Basílica de Santa Ana, construida sobre la casa de la santa, lugar de nacimiento de Nuestra Señora», cita Lira.
El hagiólogo también recuerda un viejo informe de un soldado que estaba en Tierra Santa y sabía dónde estaba enterrada Ana, pero temía por su «profanación» durante la expansión musulmana.
El cuerpo de la santa fue luego confiado a los cristianos que lo habrían llevado a Francia, en la catedral de Apt, en el sur del país. Estos restos mortales, según el relato, fueron redescubiertos 530 años después, cuando el emperador Carlomagno (742-814) pasaba por la ciudad. «Se abrió el ataúd y apareció el cuerpo sagrado con una placa de plata sobre la cabeza, escrito en griego: ‘la calavera de Santa Ana, la madre de la madre de Dios'», dice Lira.
Como era costumbre en la época medieval, esos restos mortales acabaron repartidos en reliquias, de modo que fragmentos de lo que sería el cráneo y otros huesos de la santa acabaron difundiéndose entre nobles y religiosos europeos.
Según la historia publicada por el sitio web de noticias sobre la Santa Sede Vatican News, «el culto a los abuelos de Jesús se desarrolló primero en Oriente y luego en Occidente». «Pero, a lo largo de los siglos, fueron recordados por la Iglesia en diferentes fechas», dice el texto.
La cronología relata que en 1481, el Papa Sixto IV introdujo la fiesta de Santa Ana el 26 de julio, día de su muerte, según la tradición; en 1510, el Papa Julio II inserta, en el calendario litúrgico, la memoria de San Joaquín el 20 de marzo; posteriormente, en 1969, después del Concilio Vaticano II, los padres de María fueron ‘reunidos’ en una sola celebración, el 26 de julio«.
El vaticanista Domingues explica que tal unificación tiene un fuerte significado. «Es para darle a la fecha un símbolo de familia, de santidad familiar», analiza. Y también porque representan el paso del mundo viejo al mundo nuevo, el mundo de la tradición judía, en el que participaron, al mundo cristiano que será fundado desde el hijo de María.
Oficialmente, el Vaticano registra solo esta frase en el Martirologio Romano, el libro de los santos aprobado por el catolicismo. Está allí, el 26 de julio: «Memoria de San Joaquín y Santa Ana, padres de la Inmaculada Virgen Madre de Dios, cuyos nombres conservan las antiguas tradiciones cristianas».