Muchos se acuerdan de Jesús el día de Resurrección o propiamente en Semana Santa, que es cuando más hacen sacrificios, penitencias y promesas con miras a agradar a Dios. Pero pocos se preguntan ¿Será esto lo que Dios quiere?
La respuesta es que no. Eso no fue lo que Jesús vino a enseñar, a juzgar por lo que Jesús dijo a sus discípulos: «los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. Id, pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero, y no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento», según San Mateo 9:12-13.
Lo que Dios demanda de nosotros no es que le prendamos velas ni le oremos 10 «Padre nuestro». La oración y el ayuno son una parte muy importante de nuestra vida en comunión con Dios, pero el nuevo mandamiento que nos dejó Jesús está basado en «amarnos unos a otros, como yo los he amado», Juan 13:34.
Ese amor es el que debe movernos a nosotros a a buscar a los que necesitan, tanto alimento terrenal como el Espiritual. Nuestra encomienda es buscar a los necesitados y encaminarlos a que lleguen al arrepentimiento; pero antes debemos llegar a ese punto nosotros primeros, «pues si un ciego guía a otro ciego, caerán juntos al mismo hoyo», Lucas 6:39.
Recuerda que no necesitas estar completamente «arreglado o listo» para venir a los pies de Jesucristo, pues Jesús no vino a llamar a los justos, sino a pecadores (como tú y como yo) al arrepentimiento.
1 Juan 1:9 dice: «si confesamos nuestros pecados, él (Dios) es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad».
El paso es sencillo pero muy profundo, pues no todos somos capaces de reconocer que fallamos, de pedir perdón y tratar de enmendar el daño causado. Pero debemos entender que esto es perfectamente alcanzable y que esta decisión nos conduce a una vida de paz en Jesús (aún en medio de las aflicciones de este mundo).
Así que es tiempo de dejar de hacer sacrificios y comenzar a aplicar la misericordia (empezando por nosotros mismos), renunciando a las cosas malas del pasado, dejando atrás el pecado y la amargura para dar paso a nueva vida en armonía con Cristo Jesús, señor nuestro.