Mis libros y Hanoi

Mis libros y Hanoi

Mis libros y Hanoi

Pedro Ángel, director de Resumen de salud.

Con ellos a rastras donde quiera que voy. Cien veces me mudo, cien veces cargo con ellos. Como los dromedarios del desierto, cargo con ellos como parte indisoluble de mi cuerpo. Y son los primeros en subir en el camión. Los traía por maletas desde la añorada España y Nueva York no pudo con su espejismo brutal de consumo y banalidad; allí estuvieron conmigo.

Han sido más fieles que las mujeres y algunos amigos, y levanto sus faldas cuando se me antoja, para sorber ese infinito placer relamido de suculentas costras de conocimiento. Con ellos he conocido el mundo y el mundo me ha enseñado, antes de vivirlo; que hay gente mala y buena, que la traición es milenaria, que no siempre el que está a tu lado está dispuesto a dejar el pellejo cuando la crisis tiñe de ocre el firmamento. En fin, que la vida es mutante y que no siempre 2 y 2 son 4.

He visto, desde las rendijas de sus páginas, que amas siempre con el mismo corazón sin convencerte la daga que lo corta en mil pedazo, que los hijos son de la vida y a ella van, que tus hermanos son tu familia aunque a veces no lo creas y que el destino lo marcan episodios que construyes día a día con tus pasos firmes o cuarteados.

Por eso los adoro. Por eso hablo con ellos cuando todas las noches mis ojos conectan con su sabiduría, miran sus mares extensos, sus cielos indomables, la vida por pedazos.

Y que no se lastimen porque, en retroceso de los años que me quedan por vivir, he donado quizás el 40% de mi biblioteca acumulada en años, a rústicos anaqueles de escuelas esqueléticas de lomas inaccesibles, a jóvenes adolescente que esperan en la puerta a que pase algo más allá de falta de oportunidades o amigos encontrados en el camino al que un libro hace comprender una circunstancia o procesos a veces inexplicables. Como quiera los quiero, mis libros.

Son mi aliento, mi distracción, mi buen plato. Mi sol en la oscuridad y mi oasis en el desierto. En sus subrayados están mis memorias, escritos informales y hasta versos. Su cuerpo guarda las flores de mis muertos, mi melancolía que sólo ellos y yo sabemos, las tristezas de no tener esos ojos que perdí en correrías, los silencios preferidos a las ofensas. Los poetas y novelistas españoles tienen su tramo y la novelística rusa su espacio en esas tablas vetustas que sostienen sus páginas. Cada autor señero, sabía tumba, en su lugar justo.

Mis libros, junto a Hanoi y las luces acumuladas en el camino, son mi principal tesoro.