La verdadera libertad es ser quienes realmente somos, sin prejuicios ni imposiciones. Esto no es una tarea fácil. Por el contrario, tal vez es lo más difícil que logremos hacer, pero -a la vez- lo más gratificante.
Hace ya muchos años hice un compromiso que renuevo y actualizo en cada cumpleaños. A mis manos llegó uno de esos libros imposibles de desechar: “Los cuatro acuerdos”, escrito por el mexicano Miguel Ángel Ruiz.
El primer acuerdo me reafirmó lo que siempre he practicado, pues “ser impecable con las palabras” me ha ayudado a asumir la responsabilidad de mis actos, sin juzgarme ni culparme y, mucho menos, hacerlo con los demás.
A medida que leía el segundo acuerdo, descubrí que lo he practicado desde niña, pues “no tomo nada personalmente”.
Y es que, cuando lo haces, te sientes ofendido y reaccionas defendiendo tus creencias y creando conflictos, cuando lo que debes hacer es escuchar, entender y aceptar que todos somos diferentes.
Si sigues leyendo te encontrarás con el tercer acuerdo, que te aconseja a “no hacer suposiciones” y es que todos tendemos a hacer suposiciones de todo y sobre todos.
Erróneamente pensamos que es más fácil suponer que preguntar y construimos toda una realidad alterna que nos hace más mal que bien.
Por último, pero no menos importante, he hecho un hábito “hacer siempre lo máximo que pueda” porque la acción consiste en vivir con plenitud.
A lo que le agrego, siempre, pero siempre, ser amable de manera indiscriminada.
Cada uno de estos acuerdos, convertidos en filosofía de vida, me han permitido disfrutar estos 47 años que hoy cumplo en gratitud. A veces niña, otras mujer y siempre hija y madre.