Mirarnos de frente
En sus tratos con Haití, la nación dominicana se ha encontrado en estos días de fin de año con un inquietante dilema.
De una parte, la posición nacionalista, partidaria de un rompimiento con la nación vecina; de otro lado, la disposición del Gobierno a la búsqueda de fórmulas que permitan una solución de gabinete a las dificultades tras la imposición de barreras estratégicas al comercio transfronterizo, lleno de informalidades.
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En el imaginario popular, República Dominicana es un Estado en condiciones de sentarse en los foros internacionales, como se hace entre iguales, con cualesquiera otros Estados del mundo, excepto con Haití, al que no quiere ver que se le conceda un palmo.
Si el Presidente de Estados Unidos, el de Francia, la Reina de la Gran Bretaña, el Emperador de Japón o el líder de China Continental reciben al Presidente de República Dominicana, la prensa despliega sus informaciones y nosotros, en nuestro fuero interno, somos felices porque con el reconocimiento de nuestro administrador nos sentimos reconocidos en la nacionalidad, un palmarés por el que anduvimos penando por el mundo cuando logramos la separación del Haití predominante del siglo XIX en la isla y aun después de haber echado a la España de la tercera colonización pohijada por nuestro Marqués de las Carreras, Pedro Santana.
En medio de la tirantez producida por las condiciones impuestas en Haití a la entrada de 23 productos procedentes de República Dominicana, nuestro Presidente recibió el día 13 de octubre en Barahona al Presidente del país vecino.
La prensa desplegó informaciones sustanciosas, pero este hecho no ha sido bien visto por una parte de la opinión pública, y otra, sin la seguridad de que se trate de una falta, se ha mantenido indecisa, no sea y nos hayamos comportado con debilidad frente a un pueblo para el que debemos reservar nuestra fachada más dura.
Para El escribidor, reuniones como la referida deberían ser un hecho frecuente y esperado. Una manera de reorientar un nacionalismo viejo e ineficaz y de arreglar las cosas de forma que sean lo mejor para unas partes que se benefician mutuamente.
Haití necesita alimentos, remesas y toda suerte de oportunidades para su gente. La emigración es una válvula por la que se disipa la presión social originada en una población excesiva en condiciones de pobreza económica y cultural extremas. República Dominicana aprovecha la mano de obra y por razones económicas necesita el comercio, que es, según el Gobierno, el único que nos favorece en término contante y sonante.
Vendemos mucho en Estados Unidos, pero no tanto como le compramos; con Haití es al revés: casi no le compramos, pero, en cambio, le vendemos mucho. Si quieren recabar impuestos por lo que compran aquí, ¿no se trata, acaso, de un interés legítimo?
Con un vecino así, ¿por qué no reunirse? Debiéramos resentirnos del hecho de vivir de espaldas. Darnos la vuelta y mirarnos de frente es una necesidad y un deber.
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