En una sociedad en la que las nuevas generaciones han sido educadas para tenerlo todo sin grandes esfuerzos, promover la gratitud debería ser una prioridad. El agradecimiento es valorar lo que somos, a quienes tenemos, las bendiciones espirituales, los talentos, los bienes materiales y lo que nos pasa cada día. Vivir en agradecimiento nos lleva a valorar la vida y todas sus manifestaciones y acontecimientos desde su justa dimensión.
Hace un tiempo conversaba con un amigo que padece cáncer, acerca de las secuelas de las radio y quimioterapias que le habían hecho perder el sentido del gusto y el olfato con pronóstico de no recuperarlo. Generalmente nadie piensa en la importancia de poder oler o saborear, pero esos son dones de Dios que solo sabemos su importancia hasta que los perdemos. Eso nos recuerda el adagio de que “nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde”.
La gratitud es la evidencia de la confianza en Dios. Del abandono total ante las Manos de un Padre Misericordioso que es el Amor de los amores, que nos ama de forma incondicional y que nos provee de lo que necesitamos. Ante su gran amor expresado en bendiciones solo podemos decir un Gracias eterno y vivir desde la gratitud.
Un fruto que se recoge como cosecha de una vida agradecida es la alegría. Quien agradece todo, aliviana sus cargas porque vive desde la concepción de que todo lo que pasa en su existencia es expresión de la Voluntad de Dios. Lo que Dios nos da hay que recibirlo con alegría y amor. Nos lo recuerda San Pablo en 1 Tesalonicenses 5:16-18: “Estén siempre alegres, oren sin cesar, den gracias a Dios en toda situación, porque esta es su voluntad para ustedes en Cristo Jesús”.
Otro fruto del agradecimiento es la paz. La gratitud nos permite superar los conflictos, el estado de queja y desesperación porque nos mueve la verdadera esperanza de los cristianos: Jesús. A esa mirada también nos exhorta San Pablo en Filipenses 4:6-7: “No se inquieten por nada; más bien, en toda ocasión, con oración y ruego, presenten sus peticiones a Dios y denle gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, cuidará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús”.