De acuerdo con el psicólogo español Jerónimo Carles, el miedo “es una de las emociones que forman parte del ser humano”.
El miedo, como toda emoción, tiene una base importante en lo biológico y psicofisiológico, viajando en nosotros por miles y millones de años a través de la memoria genética. Está listo a flor de piel para ponerse en marcha si las condiciones lo motivan.
El miedo cumple una función importante, pues se activa ante una situación peligrosa y amenazante. Sin miedo posiblemente estaríamos expuestos al daño y a la muerte de manera desenfrenada, pero a la inversa: si el miedo controla nuestra conducta puede bloquear la capacidad de responder y reaccionar, de vivir plenamente.
El miedo puede paralizarnos, impedir que ejerzamos nuestras capacidades, talentos y potencialidades, y por cierto, anula el ejercicio de la razón.
Una parte importante de la Humanidad hoy vive con miedo, y eso incluye a la sociedad dominicana. La globalización neoliberal, hecha con el objetivo de coordinar y subordinar bajo la lógica de la sobreexplotación capitalista todos los territorios y todas las poblaciones, junto con la existencia de prácticamente una sola superpotencia económica y militar a escala mundial, quitó a los pueblos autodeterminación y a los Estados la obligación de protegerles en sus derechos e intereses.
La política de cada país se volvió un teatro para legitimar “jurídicamente” los intereses de los poderes transnacionales.
Al mismo tiempo una serie de conquistas sociales pusieron en cuestionamiento estructuras y tradiciones que durante siglos organizaron la convivencia social: la supremacía irrebatible de la moral religiosa y de la Iglesia, las verdades absolutas sin base científica ni derecho a debate, la autoridad sagrada del hombre en el hogar y la sociedad, y la ideología única que privilegiaba la obediencia y el orden, en desmedro de la libertad y la igualdad.
Por su parte, la transnacionalización del crimen organizado, involucrando a grupos numerosos de ciudadanos sumidos en la pobreza absoluta de nuestros países, ataca la convivencia en las ciudades, lugar del 70 u 80% de la población, tornándolas peligrosas y llenas de habitantes temerosos.
La complicidad de las élites políticas y empresariales en ambientes de corrupción e impunidad agrava este escenario.
Finalmente, la llegada de los avances técnicos y el internet, posibilitando la multiplicación de influencias culturales y morales, tuvieron un “efecto dinamita” en los muros del último bastión seguro ante tantos cambios e inseguridades: el hogar y la familia.
Entonces el miedo cunde y, volviendo a Jerónimo Carles, “la consecuencia fundamental del miedo es la incapacidad de ser realmente libre”.
Ante el fracaso de modelos políticos y económicos despiadados, de la corrupción y la falta de instituciones sólidas, la carencia de solidaridad y sentido de comunidad, y de políticas que protejan a la colectividad, la familia y los individuos, el miedo creciente es un capital gratuito para ofertas demagógicas que lo agiten y exacerben.
Pero el precio que piden es que en lugar de resolver las causas, perdamos la libertad, y retrocedamos en los avances y conquistas sociales, idealizando un “pasado mejor” lleno de autoritarismo, intolerancia, represión, arbitrariedades y ausencia de derechos.
Entonces recordemos el año 1961, cuando fue ajusticiado Trujillo y Juan Bosch llegó diciendo: “Estamos a tiempo todavía de emprender una cruzada para matar el miedo en este país.
Somos una tierra pequeña, que solo podemos engrandecernos por el amor, la virtud, la cultura y la bondad. Esta tierra es de los dominicanos, no de un grupo de dominicanos; su destino es el de la libertad, no el de la esclavitud”.