Recientemente fui invitado a exponer mis ideas sobre un modelo educativo. Lo hicieron con la plena conciencia de mi oposición a dicha propuesta, al igual que otros invitados.
Fue tan numerosa la nómina de expositores que de 15 minutos que teníamos asignados cada uno, se planteó reducirlo a 5 minutos, y al fin negociamos 10 minutos, lo que condujo a que cada cual leyera sus conclusiones.
No se pudo tener un diálogo profundo y al finalizar emocionalmente algunos adeptos a dicha pedagogía estaban airados. No hubo el diálogo necesario.
A priori tenía claro la dificultad de que se lograra un diálogo racional. El peso de la herencia trujillista en nuestra cultura nos ha llevado a exponer ideas desde las emociones y no desde la razón, y peor aún, no tenemos la cultura del diálogo racional, ni en el pensamiento abstracto, ni en la política, ni en la cultura, mucho menos en religión.
Vociferamos, no argumentamos, velamos más por nuestros egos que por el rigor de la razón.
Nuestras prácticas educativas, las expresiones de los medios de comunicación, y el debate de las posturas políticas y las creencias, son expuestas como dogmas personales, con nula apelación a argumentos racionales.
Recordemos los debates estériles de las sectas izquierdistas en los años 70 o las ridículas confrontaciones entre literatos de los años 80.
Necesitamos como sociedad asumir el debate racional, sereno y hondo. Eso demanda leer y escribir con serenidad y aprender a exponer con lógica, no con visceras. Falta una Ilustración dominicana.