Dejo constancia fiel del dolor que me causa la muerte de don José León Asensio. La República ha perdido a uno de sus empresarios más progresistas y el arte, la cultura, la literatura y el deporte a uno de sus más generosos propulsores. Me consta y lo digo por experiencia propia.
Conocí personalmente a don José cuando, por diligencias de Fausto Rosario, don Tomás Pastoriza me llevó al despacho del presidente del grupo León Jimenes a solicitarle el patrocinio para publicar mi libro “Antes de que te vayas, trayectoria del merengue folclórico”.
Me encontré con un hombre de trato franco, sencillo, acogedor. Me dijo que el lema de su grupo corporativo era: “Por una mejor nación”, que el merengue era uno de los grandes atributos de la nación, de la dominicanidad y de la cultura del pueblo dominicano y todos debíamos luchar por preservarlo. “Eso somos nosotros, Rafael”, me dijo al referirse a la esencia del merengue.
Acogió mi solicitud y me confirió un honor y un premio moral inesperados para mí. Corría el año 2003. Para celebrar los cien años de su fundación, el Grupo León Jimenes tenía programada una línea de publicaciones denominada “Colección Centenario”, y mi obra fue la escogida como título inaugural de esa prestigiosa colección.
Luego, y gracias a don José, fue posible hacer los documentales “Antes de que se vayan”, basado en mi libro, la “Colección Ripiando el Perico” y el documental “Tatico siempre”.
Al calor de ese tren de trabajo, se cultivó la amistad personal con la que don José me distinguió. Hombre cuidadoso de las formas y de la cortesía, encontraba tiempo y espíritu para sorprendernos con detalles tan cariñosos como responder con una carta personal, suscrita de su puño y letra, al envío de un antojito que mi esposa Dulce le mandara.
Hace pocos días hablé por última vez con don José, él estaba de cumpleaños y lo llamé para felicitarlo. Alegre y cortés como siempre, pero noté su voz debilitada y me di cuenta de que, a sus años, ya su salud estaba en decadencia. Días después, don José se marchó hacia el silencio eterno y misterioso de la muerte. Al descanso irrevocable después de la larga faena de la vida.
Con el mayor respeto y la solemnidad debida, dejo sobre su tumba la flor de mi gratitud y la promesa de tenerlo presente mientras yo viva.