Parecía rivalizar con Gedeón, aquel personaje bíblico que se caracterizó en la antigüedad por tener una enorme cantidad de hijos. “Entonces Jerobaal, hijo de Joás, fue y habitó en su casa. Y tuvo Gedeón setenta hijos que fueron sus descendientes directos, porque tuvo muchas mujeres”.
Pero no pudo o no quiso alcanzar la cifra de Gedeón. Solo logró tener 24 vástagos y el respeto de una comunidad.
Hablamos del agricultor y reputado ciudadano Fabián Matos Ogando.
De sus hijos, uno alcanzó la cúspide de la literatura dominicana, obtuvo el Premio Nacional de Literatura, el doctor Manuel Matos Moquete. Otro fue el hombre más buscado por liderar un comando armado y ser un connotado dirigente del movimiento guerrillero urbano Movimiento de Liberación Nacional 12 de Enero, Plinio Matos Moquete, quien a sus 23 años ya era doctor en Derecho.
Entre los de mayor edad estaba Negrito Matos, quien murió en “un raro accidente” durante la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo Molina. Otros dos, Siro, que era médico y Rafael (Fellito) profesional de agronomía egresado del icónico Instituto Politécnico Loyola, de San Cristóbal, desaparecieron “misteriosamente” en el tráfago del estallido de la Guerra de Abril de 1965.
Los demás hijos e hijas se dedicaron a actividades diversas. Desde comerciantes, ganaderos, agricultores, profesores y académicos universitarios, ya que tratándose de 24 hermanos, no resulta extraño que haya de todo; pero todos, eso sí, personas correctas y trabajadoras.
Y tenía que ser así, ya que siendo “el tronco” de esta larga y heterogénea familia, Don Fabián Matos Ogando era un entregado trabajador, pero también de recio carácter, típico del “macho de pueblo”. Su afán no solo se desbordaba con las mujeres, sino también con una serie de primicias pueblerinas, como fueron su arduo trabajo para la creación de Hatico, comunidad que derivó luego en lo que es hoy, el municipio de Tamayo.
Además, fue el primer síndico de Tamayo y uno de los primeros impulsores de su elevación de categoría a esta laboriosa comunidad sureña. Cuentan que éste no sólo fue el primer tamayense (y quizá el único) en tener 24 hijos, sino también el primero en instalar un cine, el primer cabaret (Ontario) y la primera granja de producción de pollos.
Narra el ingeniero e historiador tamayense, Manuel Otilio Pérez Pérez, que Don Fabián Matos fue el más prolijo de los habitantes de Tamayo, ya que procreó las familias Matos Figuereo, Matos Rodríguez, Matos Ogando, Matos Moquete, Matos Hernández, Matos Cordero y Matos Reyes”.
Fabián resulta herido
Refiriéndose a la incidencia del señor Matos en el contexto histórico de Tamayo, Pérez dijo que: “En la lucha para obtener que la Sección Hatico fuera elevada a la categoría de Distrito Municipal se destacaron los señores Fabián Matos de la Paz, Pedro Mesa y Alfredo Brito, quienes sostuvieron varias reuniones con el Coronel Blanquito, quien estaba dispuesto a ayudar a los hatiqueños en esta causa”.
“En esas bregas el señor Fabián Matos fue herido estando en el Cuartel de la Guardia, que era la casa de Doña Avelina (Avelina Pin, esposa del Capitán Pin) en la calle Duarte número 2.
-“A pesar del percance sucedido al Señor Fabián Matos, la lucha continuó, de modo que los comisionados hatiqueños aprovecharon una visita que hizo Trujillo el 10 de marzo de 1943 a Palma Dulce, de Duvergé” para hacer la petición, relató Pérez.
Los defensores de la comunidad “lograron una reunión con Trujillo y consiguieron para la Sección de Hatico más de lo que se proponían en principio”, obtuvieron la categoría de Común, mediante la Ley número 229, del 18 de marzo de 1943, adscrita a la nueva Provincia del Bahoruco, efectivo el 16 de mayo de 1943.
“Por esa decisión –apunta el historiador- la Sección Hatico llegó a la categoría de Común sin pasar por la de Distrito Municipal”. Así el nombre de Hatico permaneció hasta el 16 de mayo de 1943, fecha en que dio inicio al cambio de nombre por el de Tamayo.
Pierde un hijo militar
Contó que Negrito, uno de los primeros hijos de Fabián, fue en una ocasión soldado de la Aviación Militar Dominicana (AMD) de la que pidió su baja y se la dieron, pero luego reingresó. Se cree que esa fue la peor decisión que haya tomado, ya que resultó un error que, según el parecer de algunos, le costó la vida: regresó de nuevo a esta institución castrense donde el hijo predilecto del dictador, Ramfis Trujillo, y sus acólitos, tenían un férreo control.
“Luego retornó a la AMD”, relata el historiador Pérez Pérez, y agrega: “Siendo radiotelegrafista de esa institución militar, dijeron que lo mató un rayo y fueron a enterrarlo al primer Cementerio binacional de Tamayo”. Los militares “no dejaron ver lo que contenía la caja de muerto, solo los guardias la cargaron, hubo honores militares con salvas de fusilería y corneta”.
En la comunidad se rumoreó que en el sarcófago no había ningún cadáver, que en vez del cuerpo inerte de Negrito en el mismo tenían objetos que simulaban la pesadez de un difunto.
Siendo un niño, cuando ni siquiera se asomaban a mí los visos del razonamiento lógico y apenas divagaba en fantasías inverosímiles, me tocó vivir aquel impactante momento de inusitada presencia militar en este pequeño poblado. Observé, con la curiosidad de la niñez inocente, aquel conmovedor “toque de silencio” de este entierro militar.
Las cornetas de la aviación interpretaron un TAPS o “toque de silencio” como se conoce esta pieza solemne en el argot militar. El batallón de honor disparó descargas de salvas que resonaron en la tranquilidad del cementerio.
Ocurría una auténtica novedad en esta pequeña comunidad. Las trompetas continuaban la entonación de tristes notas al soldado caído, como si pidieran un respetuoso silencio que solo interrumpen las salvas de los fusiles que causaban, a su vez, fuertes nudos en las gargantas y hacían brotar lágrimas de los ojos de los presentes.
–“El pueblo de Tamayo tuvo sus dudas, nunca supimos la verdad”, expresó el historiador Manolo Pérez. Extrañamente, la tumba de Negrito fue custodiada durante un tiempo por miembros de la aviación militar, comentaron igualmente los pueblerinos. –“No sabemos si algún familiar o algún inquieto le interesó trasladar esos «restos» para el segundo cementerio binacional y a la vez, confirmar ese caso inconcluso”, apuntó.
No obstante el extraño y lacerante acontecimiento, Fabián nunca abandonó su pasión empedernida por la figura de Trujillo. Por eso, durante la visita del perínclito a este municipio, un año antes de que le asesinaran, exhibió en el desfile de bienvenida un enorme letrero que decía: “Fabián Matos y sus 24 hijos apoyan al Generalísimo Trujillo”.
En una ocasión, Fabián, que siempre se trasladaba en su inseparable mula armado de un revólver “cañón largo”, una escopeta y un filoso puñal, sufrió el dislocamiento (torcedura) de un pie. Descuidó el tratamiento y empeoró la dolencia, en razón de que se resistió a ir a tiempo al médico.
A Fabián, de contextura voluptuosa y con algo de sobrepeso, comenzó a hincharse su pierna derecha. Ya casi no podía caminar y no tuvo otro remedio que ir donde “Papacito”, conocido “ensalmador” del pueblo que vivía en el barrio Alto de Las Flores, donde acudía todo pueblerino que sufría lesiones en sus piernas, pies y brazos.
Ante la ausencia de la medicina tradicional en el poblado, los parroquianos se atendían donde Papacito para sanarse mediante oraciones, “ensalmos”, “sobaderas”, “jalones”, hoja de “mamón” y sebo de flande. Cuentan que cuando Fabián llegó a la casa de Papacito, el primer sorprendido fue el curandero.
-“Usted por aquí, no esperaba este privilegio Don Fabián; en qué puedo servirle…”, expresó de forma amable esta vieja expresión quiropráctica tamayense. –“Entre, tome asiento Don Fabián, coja sus armas y enganche las mismas allá arriba, encima de ese armario, hágame el favor”.
La reacción de Fabián fue enfática, los hombres no se despojan de sus armas. Alegó que no era “un hombrecito” de esos que al menor jalón de pie “gritan como chivos” o “lloran como niños”, cuando se realizan ensalmos.
-“Usted está loco, y esa falta de respeto, yo no dejo mis armas, olvídese. ¡Soy un hombre, carajo! Jale el pie ese, respéteme Papacito, respéteme, jale el pie y déjese de pendejadas”, reaccionó algo molesto, pero Papacito insistió en que tenía que enganchar las armas encima del armario.
–“Quítese las armas de encima para comenzar a atenderle, por favor Don Fabián…”.
A muchos ruegos este asintió despojarse del revólver, escopeta y del puñal que llevaba con él casi religiosamente. Papacito comenzó el ritual del ensalmo con oraciones que parecían susurros, al mismo tiempo que le sobaba el pie con “sebo de flande” o “grasa de la oveja endurecida” usada en la época en estos menesteres.
Todo iba bien. Fabián solo se quejaba de los retorcimientos y sobaderas del pie lesionado, lo cual provocaba pequeños dolores. Pero de manera repentina, el curandero dio un jalón fuerte el pie de quien se consideraba un “hombre macho” que podía soportar sin problemas estos dolores traumatizantes de las dolencias. El piquete de Papacito fue rápido y sorprendente, provocando un agudo e insoportable dolor a Fabián, quien soltó un grito:
-“Mi revolver coñ.., mi escopeta carajo…Pásenme mi revolver que voy a matar a este maldito…”.
En eso el curandero, todavía en cuclillas sosteniendo el pie del paciente, miró a éste detenidamente y en silencio le recriminó: -“Usted ve Don Fabián, me hubiera matado si dejaba esas armas en sus manos”.
–“Estamos listos, puede irse a reposar a su casa, ya se va curar…”, dijo Papacito mientras envolvía el pie de Fabián en “hojas de mamón tibia” untada con sebo de flande.
*El autor es periodista