Don Hugo Tolentino Dipp pasó a otro plano y, consciente de que su hombría de bien jamás podrá ser mancillada, quisiera recordarlo con algunas anécdotas geniales de nuestro paso por cancillería juntos.
Apenas unos días después de que tomáramos control de la entonces Secretaria de Estado de Relaciones Exteriores en el año 2000, Don Hugo avisó a sus más cercanos colaboradores que celebraríamos un almuerzo.
Llegado el día nos reunimos en uno de los salones de cancillería y para sorpresa nuestra había mozos y todo el aparataje de una gala.
Todos seguimos actuando de forma normal e iniciamos la ingesta, de repente se oyó la voz de Don Hugo: ¡Fulano! ¡La sopa no se chupa! ¡Mengano! ¿Le pesan los brazos que los tiene que apoyar sobre la mesa? ¡Brache! ¿Eso es un plato o un bote? ¿Cómo así Don Hugo? ¡Pues tiene dos remos a los lados! (tenedor y cuchillo).
Don Hugo nos daba una clase de etiqueta y protocolo.
En otra ocasión, me había pasado meses diciéndole a Don Hugo que teníamos que hacer una reparación del sistema de cableado eléctrico del viejo edificio donde tradicionalmente se alojaba la Cancillería y que incluía su despacho.
La respuesta era siempre la misma “no voy a gastar en eso” (eran $700,000 pesos).
Pues un buen día ¡KABOOOM! Oigo una explosión y me doy cuenta que viene del banco de transformadores que está a escasos metros de la ventana del despacho de Don Hugo, salgo disparado para allá y cuando llego encuentro a Don Hugo blanco como un papel y con sus ojos en “luz alta” del susto que pasó, le explico que eso es probablemente el cableado sobrecargado, me cercioro de que no haya algún fuego y me retiro.
Como a los 15 minutos me llegó el presupuesto de los $700,000 aprobado por él.
Son muchas más anécdotas, pero concluyo con esta:
Una noche nos quedamos apenas él y yo en cancillería trabajando hasta muy tarde. Cansado ya decidí ir a su despacho y ahí conversamos de todo menos de trabajo, Don Hugo era un tercio espectacular, hasta que al fin nos dispusimos a marcharnos y luego de bajar la escalera, lo abracé y le dije “Adiós papá Hugo”, acto seguido, de cariño le di un beso en la mejilla con tan mala suerte que en ese mismo momento su chofer militar entraba a la marquesina con el auto.
Me di cuenta que la mezcla de tarde en la noche, saliendo del despacho de Don Hugo y el beso no le cuadrarían al guardia pero me mantuve en silencio.
Don Hugo se marchó y la próxima vez que lo vi, le dije: “Don Hugo yo me imagino que usted le aclaró a su chofer que el beso que yo le di el otro día era yo de lambón suyo”, a lo que Don Hugo con carcajadas me respondió, “en el camino él siempre me ponía tema pero desde esa noche ya no abre la boca”.
Así lo recordaré, recto, íntegro, intachable, pero a la vez gozón y agradable…mi querido.