Hace 23 años y un día tomé una decisión que cambió mi vida. Hace 23 años y un día llegué por primera vez a República Dominicana.
Un 1 de mayo, Día de los Trabajadores, aunque en ese momento fue casualidad, hoy lo veo como un guiño del destino.
Arribé con una mochila, sin conocer a nadie, llena de ansias por comerme el mundo y por vivir experiencias nuevas. Encontré eso y mucho más. Vine por año, ya saben el resultado.
No voy a negar que el choque cultural fue intenso, pero la juventud de entonces me permitió verlo como algo enriquecedor y hoy puedo afirmar que tengo el corazón dividido en dos mitades igualmente importantes. No tengo forma de agradecer todo lo que este país y su gente me ha regalado, aquí he madurado y he aprendido a permitirme ser.
Solté esa rigidez europea y pude expresar mis sentimientos, así, a corazón abierto. Descubrí que el ritmo se puede contagiar en unas caderas si lo sientes desde el corazón.
Que puedes hacer mil cosas a la vez, y todas bien. Que de repente, sin aviso, comienza a llover y a los minutos sale un sol radiante, como la vida misma. Que el plátano es uno de los alimentos más versátiles, como el propio dominicano. Dicen que es una mezcla de muchas cosas y yo digo sí, es verdad, y eso es lo que a mis ojos lo hace perfecto.
Haberme aplatanado me ha permitido, sin lugar a dudas, nutrirme con ambas raíces y eso me convierte en un ser humano con la capacidad de entender muchas cosas y, ante todo, disfrutarlas.
¿Volvería a tomar la misma decisión? Sin dudarlo un solo segundo. Esta isla forma parte ya de mi ADN y eso me hace plenamente feliz.
Simplemente, gracias.